me pueden ayudar por favor yo les daré una estrella un corazónse los suplico una ayudadita por favor## no sea malo un apoyo por favor le estoy dando la lectura para que responda mi pregunta
MARÍA IV
JORGE ISAACS
Dormi tranquilo, como cuando me adormecia en la niñez uno de los maravillosos cuentos del esclavo Pedro.
Soñé que Maria entraba a renovar las flores de mi mesa, y que al salir había
rozado las cortinas de mi lecho con su falda de muselina vaporosa salpicada de
florecillas azules.
Cuando desperté, las aves cantaban revoloteando en los follajes de los naranjos y pomarrosos, y los azahares llenaron mi estancia con su aroma tan luego como entreabri la puerta.
La voz de María llegó entonces a mis oídos dulce y pura: era su voz de niña, pero más grave y lista ya para prestarse a todas las modulaciones de la ternura y de la pasión. ¡Ay! ¡cuántas veces en mis sueños un eco de ese mismo acento ha llegado después a mi alma, y mis ojos han buscado en vano aquel huerto donde tan bella la vi en aquella mañana de agosto!
La niña cuyas inocentes caricias habían sido todas para mi, no seria ya la compañera de mis juegos; pero en las tardes doradas de verano estaria en los paseos a mi lado, en medio del grupo de mis hermanas; le ayudaría yo a cultivar sus flores predilectas; en las veladas oiría su voz, me mirarian sus ojos, nos separaría un solo paso.
Luego que me hube arreglado ligeramente los vestidos, abrí la ventana, y divisé a Maria en una de las calles del jardin, acompañada de Emma: llevaba un traje más oscuro que el de la vispera, y el pañolón color de púrpura, enlazado a la cintura, le caia en forma de banda sobre la falda; su larga cabellera, dividida en dos crenchas, ocultábale a medias parte de la espalda y pecho: ella y mi hermana tenían descalzos los pies. Llevaba una vasija de porcelana poco más blanca que los brazos que la sostenian, la que iba llenando de rosas abiertas durante la noche, desechando por marchitas las menos húmedas y lozanas. Ella, riendo con su compañera, hundia las mejillas, más frescas que las rosas, en el tazón rebosante. Descubrióme Emma: Maria lo notó, y sin volverse hacia mi, cayó de rodillas para ocultarme sus pies, desatóse del talle el pañolón, y cubriéndose con él los hombros. fingia jugar con las flores. Las hijas núbiles de los patriarcas no fueron más hermosas en las alboradas en que recogian flores para sus altares.
Pasado el almuerzo, me llamó mi madre a su costurero. Emma y María estaban bordando cerca de ella. Volvió ésta a sonrojarse cuando me presenté; recordaba tal vez la sorpresa que involuntariamente le había yo dado en la mañana.
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