Me pueden ayudar a resumir esto:
65. Sin repetir aquí la entera teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes
relatos bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la primera narración de la
obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye la creación de la humanidad. Luego
de la creación del ser humano, se dice que «Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno»
(Gn 1,31). La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza
de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana,
que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse
libremente y entrar en comunión con otras personas»[37]. San Juan Pablo II recordó que el amor
especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad infinita[38].
Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe
cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que la
vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura
casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros:
«Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» ( Jr 1,5). Fuimos concebidos en el
corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno
de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[39].
66. Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y
narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas
narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales
estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las
tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta
ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida
por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas
limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28) y de
«labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el
ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo
que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido interpretada como
una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que, por la reconciliación universal con
todas las criaturas, de algún modo Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva[40]. Lejos
de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, las
diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles, los ataques a la
naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una
acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que
invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza
presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta
interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos
hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del
hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio
absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una
hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn
2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar,
preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser
humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita
para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de
su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor » (Sal
24,1), a él pertenece « la tierra y cuanto hay en ella » (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda
pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra
es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra » (Lv 25,23).
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