Me podrían resumir esa para hoy por favor. Te agradeciraría muchisimo!
Una cosa húmeda y pegajosa lo despertó. Abrió los ojos, sintiéndose mareado y desubicado. Entonces, esa cosa rosada y viscosa vino a él de nuevo. Lo atacó vilmente y sin piedad, la miéndole el rostro. —¡Sugar! —dijo una voz cantarina—. ¡Para de lamerle la cara, que vas a desgastársela! Segreto enfocó la mirada hasta que logró ver, a través de una cortinilla de saliva perruna, a la propietaria de la voz y de esa máquina de babas peluda. —Victoria... —susurró él. —¡Buena memoria! —apuntó ella, con una sonrisa radiante—. ¡Me has dado un susto de muerte! Este tipo de desmayos no son compatibles con nuestro gremio, ¿eh? —¿Qué gremio? —dijo él con una sonrisa atolondrada. Aunque no había comprendido a qué se refería la joven, sí había reparado en el reciente tuteo de ella.
—¡Cuál va a ser, hombre? ¡El gremio de asesinos en serie! ¡Mira que ponérmelo tan fácil y quedarte inconsciente delante de mí! Yo así me niego a matar, ea... —dijo ella, alternando risas y caras de fingido enfado. —Ohhh —susurró él de nuevo mientras se incorporaba de la cama en la que se encontraba—. Entiendo... Creo que has caído en mi trampa —añadió él con una sonrisa pícara precedida de un guiño de ojos. Ella pareció no inmutarse ante el tuteo de él, y el corazón del inspector celebró una fiesta improvisada con confetti.
«Contente, policía chalado. ¿Qué te pasa con esta chica y con este lugar? Vete, ahora que puedes», le dijo su cerebro.
Pero el resto de su cuerpo se ocupó de ahogar a esa vocecita molesta e impertinente, y lo sustituyó por un «¡A vivir, que son dos días!». Segreto se dijo que ya iba siendo hora de disfrutar de la vida y decidió, por vez primera, seguir otras pulsiones en lugar de a su instinto. Ignoraba cuánto se arrepentiría de ello.
—¡Una trampa! —repitió ella entre ademanes teatrales y palmadas—. Enséñeme, maestro... —He fingido un estado de inconsciencia para que me llevaras a tu casa. Y, por lo que veo, ha funcionado... —remató él, echando un exagerado vistazo a la habitación y al cubrecama de flores sobre el que estaba—. Ahora podré matarte a gusto y sin testigos. Por cierto, ¿no tendrás un cuchillo? Me lo he dejado en el coche —le informó él con un encogimiento de hombros y su mejor cara de inocente.
Victoria rompió a reír con ganas. Finalmente, cuando el ataque de risa se calmó, le dijo:
—Lo reconozco, me has ganado. Ha sido muy hábil por tu parte simular un desmayo para entrar en mi habitación, sí señor. ¡Y durante más de hora y media! —¿Tanto tiempo he estado inconsciente? —preguntó el italiano, súbitamente serio. —Sí... Mi padre ha cogido el coche para traer al médico cuando hemos visto que no despertabas —le informó ella—. En realidad, más que desmayado, parecías profundamente dormido. Estábamos perplejos porque tu respiración, tu pulso y el color de tu piel eran de lo más normal. Y luego está Sugar,que no se ha despegado de ti en ningún momento. Ladraba al aire y te lamía. Y vuelta a empezar. El médico rural estaba atendiendo un parto en la granja de los Thomson, de modo que mi padre ha salido hacia allí para ganar tiempo. En serio, nos has asustado bastante.
—No sé qué decir, salvo que muchas gracias. Jamás me había sucedido algo similar. En realidad, jamás me ha pasado nada porque tengo una salud de hierro. Soy inmune a catarros y a problemas de salud. —¿Y qué crees que ha sido?
«Una mano estrangulándome el estómago y el diafragma. Un intenso dolor que no me dejaba respirar y una sensación de que mi interior reventaría de un momento a otro.»
—¡Cualquiera sabe! He notado cierta presión interna y que se me iba la vista. No recuerdo más — contestó el policía en su lugar, poniéndose en pie. Sugar dio alegres trotes alrededor de él.
—¿Cómo me has podido traer tú sola? —preguntó Segreto al reparar en ello—. ¿O me has traído en mi coche? —¡Nada de eso! El coche ya lo he vendido junto a tu riñón, hará cosa de una hora —dijo ella, volviendo a la carga—. No me mires así. Debía darme prisa antes de que despertaras.
Respuestas a la pregunta
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Una cosa húmeda y pegajosa lo despertó. Abrió los ojos, sintiéndose mareado y desubicado. Entonces, esa cosa rosada y viscosa vino a él de nuevo. Lo atacó vilmente y sin piedad, la miéndole el rostro. —¡Sugar! —dijo una voz cantarina—. ¡Para de lamerle la cara, que vas a desgastársela! Segreto enfocó la mirada hasta que logró ver, a través de una cortinilla de saliva perruna, a la propietaria de la voz y de esa máquina de babas peluda. —Victoria... —susurró él. —¡Buena memoria! —apuntó ella, con una sonrisa radiante—. ¡Me has dado un susto de muerte! Este tipo de desmayos no son compatibles con nuestro gremio, ¿eh? —¿Qué gremio? —dijo él con una sonrisa atolondrada. Aunque no había comprendido a qué se refería la joven, sí había reparado en el reciente tuteo de ella.—¡Cuál va a ser, hombre? ¡El gremio de asesinos en serie! ¡Mira que ponérmelo tan fácil y quedarte inconsciente delante de mí! Yo así me niego a matar, ea... —dijo ella, alternando risas y caras de fingido enfado. —Ohhh —susurró él de nuevo mientras se incorporaba de la cama en la que se encontraba—. Enséñeme, maestro... —He fingido un estado de inconsciencia para que me llevaras a tu casa. Y, por lo que veo, ha funcionado... —remató él, echando un exagerado vistazo a la habitación y al cubrecama de flores sobre el que estaba—. Ahora podré matarte a gusto y sin testigos. Por cierto, ¿no tendrás un cuchillo? Me lo he dejado en el coche —le informó él con un encogimiento de hombros y su mejor cara de inocente.
Victoria rompió a reír con ganas. Finalmente, cuando el ataque de risa se calmó, le dijo:—Lo reconozco, me has ganado. Y vuelta a empezar. El médico rural estaba atendiendo un parto en la granja de los Thomson, de modo que mi padre ha salido hacia allí para ganar tiempo. En serio, nos has asustado bastante.—No sé qué decir, salvo que muchas gracias. Jamás me había sucedido algo similar. En realidad, jamás me ha pasado nada porque tengo una salud de hierro. Soy inmune a catarros y a problemas de salud. —¿Y qué crees que ha sido?
«Una mano estrangulándome el estómago y el diafragma. Un intenso dolor que no me dejaba respirar y una sensación de que mi interior reventaría de un momento a otro».—¡Cualquiera sabe! He notado cierta presión interna y que se me iba la vista