María
En la tarde de ese día, durante el cual había visitado yo todos los sitios que me eran queridos, y que no debía volver a ver, me preparaba para emprender viaje a la ciudad, pasando por el cementerio de la parroquia donde estaba la tumba de María. Juan Ángel y Braulio se habían adelantado a esperarme ene él y José, su mujer y sus hijas me rodeaban ya para recibir mi despedida.
Invitados por mí, siguiéronme al oratorio y todos de rodillas, todos llorando, oramos por el alma de aquella a quien tanto habíamos amado.
Ya en el corredor, Tránsito y Lucía, después de recibir mi adiós, sollozaban cubierto el rostro y sentadas en el pavimento, la señora Luisa había desaparecido. José volviendo a un lado la faz para ocultarme sus lágrimas, me esperaba teniendo el caballo del cabestro al pie de la gradería. Mayo, meneando la cola y tendido en el gramal, espiaba todos mis movimientos, como cuando en sus días de vigor salíamos a cazar perdices.
Faltóme la voz para decir una postrera palabra cariñosa a José y a sus hijas, ellos tampoco la habrían tenido para responderme.
A pocas cuadras de la casa me detuve antes de emprender la bajada, a ver una vez más aquella mansión querida y sus contornos. De las horas de felicidad que en ella había pasado, sólo llevaba conmigo el recuerdo de María, los dones que me había dejado al borde de su tumba.
A la hora y media me desmontaba a la portada de una especie de huerto, aislado en la llanura y cercado de palenques, que era el cementerio de la aldea. Braulio, recibiendo el caballo y participando de la emoción que descubría en mi rostro, empujo una hoja de la puerta y no dio un paso más. Atravesé por en medio de las malezas y de las cruces de leño y de guadua que se levantaban sobre ellas. Al dar la vuelta a un grupo de corpulentos tamarindos, quedé enfrente de un pedestal blanco y manchado por las lluvias, sobre el cual se elevaba una cruz de hierro. Acerquéme. En una plancha negra que las adormideras medio ocultaban ya, empecé a leer: “María…”.
A aquel monólogo terrible del alma ante la muerte, del alma que la interroga, que la maldice…., que el ruega, que la llama…, demasiado elocuente respuesta dio esa tumba fría y sorda, que mis brazos oprimían y mis lágrimas bañaban.
El ruido de unos pasos sobre la hojarasca me hizo levantar la frente del pedestal: Braulio se acercó a mí y entregándome una corona de rosas y azucenas, obsequio de las hijas de José, permaneció en el mismo sitio como para indicarme que era hora de partir. Púseme en pie para colgarla de la cruz y volví a abrazarme de los pies de ella para darle a María y a su sepulcro un último adiós…
Había ya montado, y Braulio estrechaba en sus manos una de las mías, cuando el revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra despedida. La vi volar hacia la cruz de hierro y, posada en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto. Estremecido, partí a galope por en medio de la pampa solitaria, cuyo vasto horizonte ennegrecía la noche.
PREGUNTA:
¿ que relación encuentras entre el paisaje descrito y los sentimiemtos del paisaje principal?
Respuestas a la pregunta
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Respuesta:
los sentimientos del personaje principal reflejan nostalgia al ver el atardecer de las montañas y sus recuerdos de su pensamiento
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