Historia, pregunta formulada por ayelenceliz45, hace 9 días

marca temporales de casa tomada julio cortazar ​


mariamarlene201984: hola
villonleady: xd

Respuestas a la pregunta

Contestado por villonleady
2

Respuesta:

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas

antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales), guardaba los

recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la

infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura, pues en

esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la

mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las

últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina.

Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera

de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa

profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces

llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos

pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que

llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada

idea que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria

clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa.

Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y

la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor,

nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal

se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía

tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran

pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas

para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un

chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era

gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su

forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía

fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas.

Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar

vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada

valioso a la Argentina.


cesitaserquen: guau tanto escrito
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