Manuela
Eran las seis de la tarde, y a la luz del crepúsculo se alcanzaba a divisar por debajo de las ramas de un corpulento guásimo, una choza sombreada por cuatro matas de plátano que la superaban en altura. En una enramada que tocaba casi el suelo con sus alares, se veía una hoguera, y alrededor algunas personas y un espectro de perro, flaco y abatido sobre sus patas. Al frente de la enramada acababa de detener su mula viajera un caballero que entraba al patio, seguido de su criado, y de un arriero que conducía una carga de baúles. Del centro de este segundo grupo salió una voz que decía: - ¡Buenas noches les dé Dios! -Para servirle, contestaron los de la enramada. - ¿Que si nos dan posada? -La casa es corta, pero se acomodarán como se pueda. Entren para más adentro. - ¡Dios se lo pague!, contestó el arriero, comenzando, a aflojar la carga de la jadeante mula. El caballero se desmontó y tendiendo su pellón colorado sobre un grueso tronco sustentado por estacas y emparejado con tierra, se sentó, mientras el arriero, desenjalmaba y recogía el aparejo, y el criado arrimaba las maletas contra la negra y hendida pared de la choza. Salió de la cocina una mujer con enaguas azules y camisa blanca, en cuyo rostro brillaban sus ojos bajo unas pobladas cejas, como lámparas bajo los arcos de un templo obscuro; y dirigiéndose al viajero, le dijo: - ¿Por qué no entra? -Muchas gracias... ¡está su casa tan obscura! - ¿No trae vela? - ¿Vela yo? -Pues vela, porque la que hay aquí, quién sabe dónde la puso mi mamá; y a obscuras no la topo. Y si la dejan por ahí, ¡harto dejarán los ratones! ¡Con que se comen los cabos de los machetes, y hasta nos muerden de noche! Pero si tiene tantica paciencia voy a sacar luz para buscarla. Ya tenían arrimados los baúles los compañeros del viajero, cuando salió la casera de la cocina con un bagazo encendido. El bagazo seco y deshilachado (la vela de los pobres), era como una hoguera, y a su luz brillantísima pudo nuestro viajero examinar la mezquina fachada de la choza y la figura de la patrona. Era ésta de talle delgado y recto, de agradable rostro y pies largos y enjutos; sus modales tenían soltura y un garbo natural, como lo tienen los de todas las hijas de nuestras tierras bajas. -Cuando la vela, con gran pesar de los ratones, estuvo alumbrando la salita, los criados introdujeron los trastos; y sobre la cama que el paje había formado con el pellón y las ruanas, se recostó el viajero fumando su cigarro, y lamentándose, por intervalos, del cansancio y del estropeo.
Fragmento de Díaz Castro, José. (1889). “Manuela”. París: Librería española de Garnier Hermanos.
Preguntas
1 ¿cual era el propósito de llegar a la entrada o posada?
2según el texto, ¿cómo había estado el viaje hasta ese momento?
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Mmm purs el punto uno se resuelve conforme a como tu lo tomes..para ti pudo aver sido un viaje muy diferente desde tu perspectiva
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