Ciencias Sociales, pregunta formulada por abigailsilvinaperez, hace 4 meses

lugar del cuento El ladrón Alberto barrio​

Respuestas a la pregunta

Contestado por marelyalmudenasantia
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Respuesta:

no sé si querías un resumen del cuento pero aquí te dejo el resumen de eso :)

Explicación:

Alberto Barrio fue ladrón. Tenía nueve años y siempre lo mandaban al almacén de las Heras y Azcuénagas. El almacén estaba casi siempre desierto, había olor a lavandina y a garbanzos, a jabón y a queso, un olor mezclado y limpio y, aunque afuera la mañana brillaba amarilla del sol, allí parecía la hora de la siesta por las cortinas de lona que cuidaban las sombras y el fresco.

Como en una tarea secreta, don José apilaba con geométrica precisión una torre de tabletas de chocolate Águila. Ante la mirada estupefacta de Barrio levantaba una torre hueca de amarga delicia, edificio que no guardaba otro tesoro que el de sus propios muros.

Una tarde fue a comprar una latita de azafrán. Había mucha gente y aceptó con gratitud la espera. Estuvo un momento contemplando la torre, la tocó y sintió un escalofrío cuando sus dedos, involuntariamente comprobaron que un tableta estaba suelta. Era fácil sacarla sin que la torre se derrumbara.

No llevársela era casi tan terrible como robarla. Elaboraba varios planes: emplear un bolsa, valerse del amplio bolsillo del impermeable, usar una tricota.

Pero todo quedó en nada, pagó y se fue.

Una mañana, la madre repitió el encargo: una latita de azafrán "El Riojano". Pidió el azafrán. No estaba sino el almacenero y él en el local. El viejo se agachó detrás del mostrador; Barrio tomó la tableta y la deslizó contra su pecho y quedó retenida por el cinturón. En el momento en el que el objeto robado recorría su piel, el almacenero se levantaba. "¿Qué más?, preguntó el hombre. "Nada más", respondió el ladrón.

Con las piernas flojas, que no obedecían a su voluntad sino a su costumbre, salió del almacén. Se metió en su casa. Entregó el azafrán a su madre y se encerró en el baño. Primero se lavó las manos y la cara. No quiso mirarse en el espejo por miedo a haber cambiado de rostro. Se sentó en la bañera y sacó el paquete que se había calentado por el contacto con su cuerpo. Lo abrió cuidadosamente: primero la cobertura amarilla que ostentaba la imagen de un águila con las alas desplegadas, después el papel plateado.

Pero no había chocolate. Era una tableta de madera.

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