los tres tipos de economías exportadoras en las que se sustentó la inserción en el comercio internacional de los países latinoamericanos.
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El aumento de la demanda internacional de materias primas generada por el irresistible ascenso de China modificó los términos de intercambio y benefició claramente a América Latina. Sin embargo, pese a lo que sostienen las miradas más optimistas, el comercio entre el gigante asiático y nuestra región está lejos de constituir un ejemplo de cooperación Sur-Sur. Por el contrario, reproduce el típico esquema Norte-Sur desarrollado por Gran Bretaña durante el siglo XIX y consolida la dependencia y la primarización de las economías latinoamericanas. Los ejemplos de Argentina, Brasil y Chile demuestran que las políticas económicas de cada país pueden alterar esta situación o profundizarla.
unque el crecimiento económico moderno coincide con la creación de una división del trabajo en escala global, sus frutos no se repartieron de forma balanceada. Aunque las causas de la denominada “Gran Divergencia” son acaloradamente discutidas, todo indica que el comercio internacional reforzó las asimetrías de origen (1). En otras palabras, los países que se especializaron en desarrollar actividades de mayor complejidad técnica y donde la innovación permanente es imprescindible – esto ya durante la “segunda revolución industrial” de finales del siglo XIX – siguen siendo comparativamente ricos, los otros, los que se especializaron en proveer materias primas adoptando pasivamente condiciones técnicas desarrolladas afuera, siguen siendo comparativamente pobres.
En coyunturas afortunadas, cuando los términos de intercambio mejoran, pueden crecer a tasas elevadas, pero esto no ocurre debido a motores de crecimiento propios, endógenos, sino por circunstancias que en general no controlan. Argentina y Uruguay son paradigmáticos. A principios del siglo XX contaban con indicadores envidiables a escala mundial. Sus PBIs per cápita superaban los de Suecia, Finlandia, Noruega, Japón. Pero cuando las fronteras de expansión agrícola fueron ocupadas y sobre todo cuando la hegemonía británica llegó a su fin, después de la crisis de 1930, siguieron trayectorias de países periféricos, signadas por el estrangulamiento de divisas y el estancamiento relativo. Contadas son las naciones que en el siglo XX revirtieron su fortuna y se incorporaron al bloque de los desarrollados. En general se trató de países con apoyos geopolíticos evidentes, como Corea del Sur, Taiwán, Israel. Otros, como España y Portugal, tendieron a converger con su región, aunque también apoyados de afuera y con brechas persistentes en relación a los líderes. El desarrollo de los subdesarrollados, la convergencia, fue la excepción, no la regla.
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