LOS HRÖNIR DE TLÖN
Jorge Luis Borges
Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad. No es infrecuente, en
las regiones más antiguas de Tlön, la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan
un lápiz; la primera lo encuentra y no dice nada; la segunda encuentra un segundo lápiz no
menos real, pero más ajustado a su expectativa. Esos objetos secundarios se llaman hrönir y
son, aunque de forma desairada, un poco más largos. Hasta hace poco los hrönir fueron
hijos casuales de la distracción y el olvido. Parece mentira que su metódica producción
cuente apenas cien años, pero así lo declara el Onceno Tomo. Los primeros intentos fueron
estériles. El modus operandi, sin embargo, merece recordación. El director de una de las
cárceles del estado comunicó a los presos que en el antiguo lecho de un río había ciertos
sepulcros y prometió la libertad a quienes trajeran un hallazgo importante. Durante los
meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas de lo que iban a
hallar. Ese primer intento probó que la esperanza y la avidez pueden inhibir; una semana de
trabajo con la pala y el pico no logró exhumar otro hrön que una rueda herrumbrada, de
fecha posterior al experimento. Este se mantuvo secreto y se repitió después en cuatro
colegios. En tres fue casi total el fracaso; en el cuarto (cuyo director murió casualmente
durante las primeras excavaciones) los discípulos exhumaron —o produjeron— una
máscara de oro, una espada arcaica, dos o tres ánforas de barro y el verdinoso y mutilado
torso de un rey con una inscripción en el pecho que no se ha logrado aún descifrar. Así se
descubrió la improcedencia de testigos que conocieran la naturaleza experimental de la
busca… Las investigaciones en masa producen objetos contradictorios; ahora se prefiere
los trabajos individuales y casi improvisados. La metódica elaboración de hrönir (dice el
Onceno Tomo) ha prestado servicios prodigiosos a los arqueólogos. Ha permitido
interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora no es menos plástico y menos dócil que el
porvenir. Hecho curioso: los hrönir de segundo y de tercer grado —los hrönir derivados de
otro hrön, los hrönir derivados del hrön de un hrön— exageran las aberraciones de la
inicial; los de quinto son casi uniformes; los de noveno se confunden con los de segundo;
en los de undécimo hay una pureza de líneas que los originales no tienen. El proceso es
periódico: el hrön de duodécimo grado ya empieza a decaer. Más extraño y más puro que
todo hrön es a veces el ur: la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la
esperanza. La gran máscara de oro que he mencionado es un ilustre ejemplo.
Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles
cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo
visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo,
han salvado las ruinas de un anfiteatro.
FIN
La frase de Borges que permite representar el contenido del texto es:
a. “Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único
perdón”.
b. “Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente.
No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”.
c. “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese
montón de espejos rotos”.
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Respuesta:
no pase un día que no estamos, un instante en el paraíso
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