Los Hebreos en el siglo XV
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La actitud hacia los judíos en toda Europa alternaba de antiguo entre la tolerancia (en el sentido estricto de ser tolerados, no queridos), la persecución y la expulsión. Francia, Inglaterra y Austria los habían expulsado en distintos momentos, y los pogromos habían sido recurrentes. Los judíos solían ser protegidos por reyes y nobles y, de modo ambivalente, por el papado y odiados comúnmente por el pueblo llano. Las causas de esa aversión eran la cosideración de “pueblo deicida” y su carácter inasimilable, pues eran vistos como un grupo social extraño y peligroso, por el efecto corrosivo achacado a su religión ; en España, la antipatía se extendía a la memoria de su colaboración con la invasión islámica. Precisados a protegerse entre sí como “pueblo elegido” en un ambiente hostil, los judíos practicaban formas de solidaridad que a los ojos de los gentiles les convertían en una sociedad opaca, dedicada a ocultos manejos anticristianos, acusación ya presente entre los visigodos. No menos inquina causaba la dedicación de la élite hebrea a negocios como el cobro de impuestos y la usura, o la ostentación de su riqueza por algunos. Aunque los judíos ricos eran pocos, se creó el estereotipo del judío avaro, explotador de la necesidad de los cristianos y con un poder oscuro, más ultrajante por venir de una minoría ajena al país y a su cultura. Por esa habilidad para hacer dinero los protegían los reyes y los grandes… y por los impuestos a las aljamas o juderías, mayores que los que gravaban a los cristianos.
Se han dado diversas explicaciones de la destreza comercial y financiera de los judíos –es decir, de la capa superior de ellos–, pero una causa suena probable: las persecuciones les impulsaban a buscar bienes poco tangibles y de fácil transpote, creándose un crículo vicioso: sus actividades generaban odio, pero eran su salvaguardia en caso de necesidad.
La misma causa, posiblemente, tenía el interés de muchos de ellos por conseguir una preparación profesional que les permitiera valerse en distintas circunstancias. Esa instrucción formó una élite culta, profesionalmente experta e intelectualmente ávida, que intervino destacadamente en la Escuela de traductores de Toledo y otras empresas culturales hispanas, como las de Alfonso X el Sabio; y una cultura propia en hebreo, árabe o lenguas españolas, de la que Maimónides es el máximo ejemplo. Maimónides había inaugurado una interpretación racionalista de las Escrituras que muchos otros judíos rechazaban como herejía. Dirección opuesta había tomado la Cabalá (Tradición), predominante en la penínsua ibérica donde, en Castilla en la segunda mitad del siglo XIII se escribió el Sefer ha-Zohar (libro del esplendor), obra central cabalística. La Cabalá buscaba descifrar el sentido profundo de la Biblia por métodos como el valor numérico de las letras, la descomposición de las palabras en sus letras para formar con ellas nuevas palabras, o la alteración del orden de las letras para obtener siggnificados ocultos.
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