Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar
que les bastará escribir lisa y llanamente un tema que los ha
conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren
en la ingenuidad de aquel que encuentra bellísimo a su hijo, y
da por supuesto que los demás lo ven igualmente bello. Con el
tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa
primera etapa ingenua, aprende que en la literatura no bastan
las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el
lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento es
necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre
muchas cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento,
que obliga a seguir leyéndolo, que atrapa la atención, que aísla
al lector de todo lo que le rodea para después, terminado el
cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera
nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única
forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo
del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la
tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos
se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den
su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan
único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su
ambiente y en su sentido más primordial.
--¿Qué afirma el autor sobre los cuentistas inexpertos?
I. Piensan que aquello que los ha conmovido también lo hará
con los lectores.
II. Son como las personas que encuentran bellísimos a sus
hijos, y dan por supuesto que los demás los verán también así.
III. Superan su «etapa ingenua» con el tiempo.
a. Solo I
b. Solo II
c. Solo III
d. Todas
e. Ninguna
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