lo que ayudó a caterine ibarguen a encontrar su talento como atleta fue
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La pequeña Caterine y su hermano mayor, Luis Alberto, se quedaron en Apartadó bajo el cuidado de su abuela, doña Ayola Rivas, esa misma señora de cabeza blanca a la que ahora en televisión llaman ‘la superabuela’. Como tantas otras mujeres del país que no sale en televisión, durante años Ayola hizo el milagro diario de evitar que los dos muchachos se le murieran de hambre. Y, como si eso fuera poco, además se las arregló para que fueran al colegio San Francisco de Asís.
Y allá, sin saberlo, Caterine inició el largo camino hacia las pistas y las medallas. Antes que el atletismo, y específicamente la modalidad del salto triple, su primera pasión deportiva fue el voleibol. Y, como tantas veces ocurre en las historias de carencia, hubo alguien que tuvo los ojos agudos para descubrir todo el potencial que se escondía en esa muchachita de las piernas largas y los ojos vivarachos.
El profesor de educación física Wilder Zapata la puso a probar en los 150 metros planos y a partir de allí empezó a adornar su cuarto con medallas de competencias de intercolegiados. Su fama de atleta trascendió los límites de Apartadó y Caterine recibió el ofrecimiento de irse a entrenar a Medellín.
Fue en la Villa Deportiva Antonio Roldán Betancourt, de esa ciudad, donde Caterine se convenció de que su destino estaba en el atletismo. Su primera medalla en competencia formal fue de bronce y no la consiguió con el salto triple, sino con salto de altura. Fue en el Campeonato Suramericano de Atletismo de 1999, cuando hizo una marca de 1,76 metros. Apenas contaba 15 años de edad.
Al salto de altura le dedicó la mayor parte de su carrera deportiva, pero en realidad esta era una estación más de enseñanza para Caterine. Le faltaba aprender a levantarse después de la derrota.
En esa modalidad participó en el 2006 en el campeonato mundial en pista cubierta de Moscú, sin buenos resultados. Y después vendría lo peor: no logró clasificar a los Olímpicos de Pekín 2008, lo que por poco la lleva a retirarse del atletismo.
Pero hace cuatro años, siempre en busca de llegar más lejos, le dio un cambio radical a su vida. Decidió irse a vivir a Puerto Rico, para iniciar un nuevo proceso de preparación con el entrenador cubano Ubaldo Duany, quien le propuso centrarse exclusivamente en la especialidad del salto triple.
Atrás quedaron la abuela Ayola y su hermano Luis Alberto, los amigos, la rumba, el paisaje de Medellín y los recuerdos de Apartadó. Para compensar un poco la nostalgia, allá se propuso estudiar enfermería, un sueño que tenía embolatado porque de niña siempre le gustó la idea de ayudar a los más necesitados.