Lee detenidamente el concepto de comunidad y comunidad cristiana y luego establece relacion entre estos dos.
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Vivir para el reino de Dios lleva a una vida en comunidad: la comunidad que es iglesia. Dios está reuniendo un pueblo aquí en la tierra para que pertenezca a su nueva creación. Él lo llama para formar una nueva sociedad que haga tangible su justicia y su paz. Entre estas personas, la propiedad privada se desvanece. Ellas están unidas por el vínculo de solidaridad e igualdad donde cada uno dice: Lo que tengo pertenece a los demás, y si alguna vez estoy en necesidad, ellos me ayudarán. Luego las palabras de Jesús llegan a ser ciertas: «No os angustiéis, pues, diciendo: “¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?”, porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas».
1 Jn 4:20–21
Lc 13:34–35; Gn 12:1–3
Is 42:6–7; 60:1–3
2 Cor 3:5–6; 5:17–21
Lc 6:34–38
2 Cor 8:13–15
1 Jn 3:16–17; Dt 15:4–8
Mt 6:31–33
Tal pueblo surgió en Jerusalén durante el primer Pente-costés. Como se describe en Hechos 2 y 4, el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes que se habían reunido después de la resurrección de Jesús, y nació la primera comunidad-iglesia. Y así como fue entonces, también será hoy en día donde el Espíritu es derramado sobre un grupo de personas. Serán llenas de amor por Cristo y entre sí mutuamente, y su comunión de amor les lleva a compartir sus bienes, talentos y vidas, dando testimonio con denuedo del evangelio. Este es nuestro llamamiento en la comunidad-iglesia.
Hch 2:38–39; Jl 2:28–32
Ez 36:24—37:28
Hch 4:31
Del libro Hechos de los Apóstoles
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Somos una comunión de hermanos y hermanas, tanto solteros como casados, quienes somos llamados por Cristo a seguirlo juntos en una vida común, de acuerdo con el espíritu de la primera iglesia en Jerusalén. Deseamos permanecer firmes en este llamamiento toda nuestra vida. Por este motivo, gustosamente renunciamos a toda propiedad privada, pertenencias personales, apegos mundanos y honores. Nuestra vocación es una vida de servicio a Dios y a la humanidad, entregando libre y totalmente nuestra fuerza de trabajo y todo lo que somos y tenemos.
Jn 15:16
Ef 4:1–3
Mc 10:28–31; Flp 3:12–16
Lc 9:57–62; 1 Jn 2:15–17
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La comunidad-iglesia es un don del Espíritu Santo. Cualquier intento de hacerla a la fuerza, solo producirá una caricatura desalentadora. Sin la ayuda del cielo, nosotros los seres humanos somos egoístas y desunidos, incompetentes para la vida en común. Nuestros mejores motivaciones y esfuerzos al final evidencian su imperfección, como Jesús nos dice: «Separados de mí nada podéis hacer». Seguimos siendo pecadores dependiendo enteramente de la gracia.
Hch 2:4, 39–47
Sal 127:1–2
Rom 7:14–25
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No obstante, hemos experimentado el amor transformador de Cristo. Él hace que lo imposible sea posible: que hombres y mujeres ordinarios vivan juntos en perdón y confianza mutua, como hermanos y hermanas, hijos e hijas de un Padre. Es su Espíritu que llama a los creyentes a una vida de amor donde el trabajo, el culto, la misión, la educación y la vida familiar llegan a ser un todo. Estamos convencidos que esta vida en la comunidad-iglesia es el más grande servicio que podemos dar a la humanidad, y la mejor manera de proclamar a Cristo.
2 Cor 5:14–17; Gal 2:20
Flp 4:13
Jn 6:63–65
Jn 17:18–23
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Cristo pone por obra todo esto a través de su sacrificio en la cruz. Al tomar sobre sí mismo los sufrimientos y la muerte, él expió nuestros pecados y los pecados de todo el mundo. Su cruz es el único lugar donde podemos ser perdonados y encontrar paz con Dios y el uno con el otro. La cruz es el medio para nuestra salvación personal, pero es algo más: tiene un significado cósmico. Aquí Cristo vence todos los poderes de la maldad y de la enemistad, cumple la justicia de Dios, y reconcilia consigo todo el universo.
Rom 5:6–11
Jn 1:29; Is 52:13—53:12
Jn 3:16; 1 Jn 2:2
Ef 1:7–10; 2:11–22
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