Inglés, pregunta formulada por santibravo12004, hace 4 meses

Las ficciones narrativas que componen este volumen esta abarcan cuarenta y tres años de trabajo literario: los primeros textos fueron escritos en 1957; los últimos, en el tan mentado año 2000, del que sólo unos pocos hombres sensatos fueron capaces de predecir que no sería ni más ni menos en ayudar que sus predecesores abolidos. debería ser ordenado siguiendo una cronología rigurosa pero invertida, que empieza por el libro más reciente y termina por el más antiguo, como ya lo había hecho con mis ensayos literarios. podría ser Tal vez de esa manera el lector tendrá del conjunto una perspectiva semejante a la mía. Un problema de género se plantea con algunas de estas narraciones. Muchos son cuentos clásicos sobre todos los primeros, pero otros, a causa de su extensión, se apartan de las leyes del género; algunos son demasiado largos y otros demasiado breves como para ser llamados cuentos. Pero varios de entre ellos también difieren del género porque, considerando esta preceptiva del cuento moderno era demasiado rígida, me pareció que valía la pena explorar, en la ficción breve, formas más libres que las que se recomiendan como clásicas. Lo hice siempre con convicción y probidad, sin olvidar sin embargo que, en literatura por lo menos, esas dos estimables virtudes nunca fueron suficientes para acercarse a la calidad del resultado. De los cuatro textos que forman la sección Esquina de febrero sólo uno («El camino de la costa») apareció, allá por 1964, en la confidencial y efímera revista Zona; los otros tres son inéditos. Los cuatro estaban destinados a formar parte de Unidad de lugar, pero a último momento, a causa quizás de un exceso de rigor juvenil, quedaron afuera. De El camino de la costa, que yo había olvidado por completo, un viejo amigo cineasta me llamó por teléfono el año pasado para pedirme los derechos de adaptación, y me mandó el texto por fax, de modo que volví a leerlo, como si fuera de otro, treinta y seis años después de haberlo escrito. Los demás volvieron a la luz por casualidad, porque los encontré como a menudo suelen encontrar sus viejos textos inéditos los escritores: buscando alguna otra cosa. Ignoro el valor literario de estos cuentos, pero mentiría si dijese que, después de tanto tiempo, no me causó algún placer verlos reunidos otra vez en una sección especial de este libro. Tienen para mí un sabor intenso que es, no el de mis meros comienzos literarios, sino el de mi juventud irrevocablemente desaparecida. El conferenciante entró jovial. Era en uno de los salones de la Real Academia de Ciencias de Bruselas y, si mis recuerdos no me engañan, iba a tratar el problema de los métodos de verificación de una suma: el conferenciante descartaba a esta verificación estadística (por número de personas) y la convicción subjetiva y de buena fe sobre el resultado. Pero tal vez se trataba más bien de lo contrario. Se sentó, desplegó sobre la mesa las hojas de una carpeta y, antes de comenzar a desarrollar su tema, contempló durante unos segundos la jarra transparente, sonrió como para sí mismo, y dijo: Yo acostumbro a dormir la siesta antes de dictar una conferencia, para tranquilizarme, porque la obligación de hablar en público me pone siempre muy nervioso. Así que hace una hora tuve un sueño. Tres personas diferentes fotografiaban rinocerontes. Eran tres imágenes sucesivas, pero el método que empleaban para sacar la fotografía era el mismo: se internaban en el río hasta la cintura, y fotografiaban de esa manera al rinoceronte, que se encontraba a unos metros de distancia, en el agua. Se trataba de rinocerontes, no de hipopótamos. El último de los fotógrafos era un poeta amigo mío (al que no conozco personalmente). Era mi amigo en el sueño. Este poeta, de fama universal, me explicaba en detalle el procedimiento que se emplea habitualmente para fotografiar rinocerontes. Y, en nombre de nuestra vieja amistad, me regalaba la fotografía que acababa de sacar. El conferenciante hizo silencio y recogió de entre sus papeles un rectángulo coloreado. Después, antes de comenzar a acercarse disertación propiamente dicha, concluyó su relato: Tal vez ustedes crean que este sueño que acabo de contarles es pura invención. Y bien, estimados oyentes, se equivocan.

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