la real cedula de gracias al sacar
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El 10 de febrero de 1795, el rey de España, Carlos IV, aprobó esta curiosa disposición que funcionó como una tasa impositiva para todos los súbditos, en particular para los americanos y filipinos pero, más allá de su carácter tributario, esta norma vino a introducir nuevas contradicciones entre los blancos criollos acostumbrados a las mercedes reales y los “pardos” [en América, según la RAE, se refiere al mulato nacido de negra y blanco o al contrario], quienes mediante ellas podían ascender socialmente e ingresar a ciertas instituciones educativas y ocupar cargos públicos. De este modo, por ejemplo, si alguien quería su dispensación por su condición de “pardo”, debía pagar 500 reales de vellón; la concesión del distintivo de “don” debía ser compensada a la corona con 1.000 reales [LUQUE, G. Momentos de la educación y la pedagogía venezolana. Caracas: UCV, 2001, pp. 49 y 50]; es decir, con esta cédula de gracias al sacar, como ha reconocido el afamado hispanista Joseph Pérez, el hombre de origen más oscuro y de más humilde cuna podía adquirir ciertas prerrogativas nobiliarias mediante unos cuantos miles de reales de vellón [PÉREZ, J. La revolución francesa y la independencia de las colonias hispanoamericanas. En AA.VV. Los Derechos Humanos en América. Valladolid: Cortes de Castilla y León, 1994, p. 141].
Paradojas de la vida, al poco tiempo de que se proclamasen en París los Derechos del Hombre, al otro lado del Atlántico, aquella decisión real ocasionó un gran revuelo en la Venezuela de finales del siglo XVIII porque el dinero podía comprar la equiparación social de los mulatos con los blancos. Algo que aquella oligarquía consideraba inadmisible.
Esta reacción de la clase dominante se comprende mejor si tenemos en cuenta que, por aquel entonces, los ciudadanos que no fuesen de raza blanca o, simplemente, los que fueran expósitos [personas de padres desconocidos, que hubieran sido abandonadas siendo niños o criadas en algún establecimiento benéfico y que, por lo tanto, no podían demostrar su hidalguía] tenían verdaderos problemas para ser admitidos en la sociedad por culpa del asentado concepto de la limpieza de sangre que imperaba en aquel riguroso y jerarquizado orden político. Partiendo de esta situación, tanto la Universidad de Caracas, en 1727, como el Colegio de Abogados de la capital caraqueña, en 1792, habían prohibido la entrada a los alumnos o letrados, respectivamente, que no pudieran demostrar su origen social mediante un procedimiento que verificase el linaje de los candidatos.
La Cédula de 1795 permitió al prestigioso abogado Juan Germán Roscio Nieves colegiarse en 1805 tras llevar una década de pleitos porque su madre y abuela eran indias; y a Diego Mexías Bejarano solicitar por carta al monarca español que sus hijos –y, en especial, Lorenzo– fuesen admitidos en la Real y Pontificia Universidad a pesar de su calidad de pardos.
Paradojas de la vida, al poco tiempo de que se proclamasen en París los Derechos del Hombre, al otro lado del Atlántico, aquella decisión real ocasionó un gran revuelo en la Venezuela de finales del siglo XVIII porque el dinero podía comprar la equiparación social de los mulatos con los blancos. Algo que aquella oligarquía consideraba inadmisible.
Esta reacción de la clase dominante se comprende mejor si tenemos en cuenta que, por aquel entonces, los ciudadanos que no fuesen de raza blanca o, simplemente, los que fueran expósitos [personas de padres desconocidos, que hubieran sido abandonadas siendo niños o criadas en algún establecimiento benéfico y que, por lo tanto, no podían demostrar su hidalguía] tenían verdaderos problemas para ser admitidos en la sociedad por culpa del asentado concepto de la limpieza de sangre que imperaba en aquel riguroso y jerarquizado orden político. Partiendo de esta situación, tanto la Universidad de Caracas, en 1727, como el Colegio de Abogados de la capital caraqueña, en 1792, habían prohibido la entrada a los alumnos o letrados, respectivamente, que no pudieran demostrar su origen social mediante un procedimiento que verificase el linaje de los candidatos.
La Cédula de 1795 permitió al prestigioso abogado Juan Germán Roscio Nieves colegiarse en 1805 tras llevar una década de pleitos porque su madre y abuela eran indias; y a Diego Mexías Bejarano solicitar por carta al monarca español que sus hijos –y, en especial, Lorenzo– fuesen admitidos en la Real y Pontificia Universidad a pesar de su calidad de pardos.
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