Castellano, pregunta formulada por martyXDE, hace 9 meses

la razón de estar contigo. ¿Cuál fue la sensación del protagonista al conocer por primera vez a un humano? Describa lo que sintió, pensó y su comportamiento

Respuestas a la pregunta

Contestado por emili2345
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Respuesta:

Mr. Utterson, el abogado, era hombre de semblante adusto jamás iluminado por una sonrisa, frío, parco y

reservado en la conversación, torpe en la expresión del sentimiento, enjuto, largo, seco y melancólico, y,

sin embargo, despertaba afecto. En las reuniones de amigos y cuando el vino era de su agrado, sus ojos

irradiaban un algo eminentemente humano que no llegaba a reflejarse en sus palabras pero que hablaba, no

sólo a través de los símbolos mudos de la expresión de su rostro en la sobremesa, sino también, más alto y

con mayor frecuencia, a través de sus acciones de cada día. Consigo mismo era austero. Cuando estaba solo

bebía ginebra para castigar su gusto por los buenos vinos, y, aunque le gustaba el teatro, no había traspuesto

en veinte años el umbral de un solo local de aquella especie. Pero reservaba en cambio para el prójimo una

enorme tolerancia, meditaba, no sin envidia a veces, sobre los arrestos que requería la comisión de las malas acciones, y, llegado el caso, se inclinaba siempre a ayudar en lugar de censurar. -No critico la herejía de

Caín -solía decir con agudeza-. Yo siempre dejo que el prójimo se destruya del modo que mejor le parezca.

Dado su carácter, constituía generalmente su destino ser la última amistad honorable, la buena influencia

postrera en las vidas de los que avanzaban hacia su perdición y, mientras continuaran fre cuentando su trato,

su actitud jamás variaba un ápice con respecto a los que se hallaban en dicha sitixación.

Indudablemente, tal comportamiento no debía resultar dificil a Mr. Utterson por ser hombre, en el mejor

de los casos, reservado y que basaba su amistad en una tolerancia sólo comparable a su bondad. Es propio

de la persona modesta aceptar el círculo de amistades que le ofrecen las manos de la fortuna, y tal era la

actitud de nuestro abogado. Sus amigos eran, o bien familiares suyos, o aquellos a quienes conocía hacía

largos años. Su afecto, como la hiedra, crecía con el tiempo y no respondía necesariamente al carácter de la

persona a quien lo otorgaba. De esa clase eran sin duda los lazos que le unían a Mr. Richard Enfield, pariente lejano suyo y hombre muy conocido en toda la ciudad. Eran muchos los que se preguntaban qué verían el uno en el otro y qué podrían tener en común. Todo el que se tropezara con ellos en el curso de sus

habituales paseos dominica

les afirmaba que no decían una sola palabra, que parecían notablemente aburridos y que recibían con evidente agrado la presencia de cualquier amigo. Y, sin embargo, ambos apreciaban al máximo estas excursiones, las consideraban el mejor momento de toda la semana y, para poder disfrutar de ellas sin interrupciones, no sólo rechazaban oportunidades de diversión, sino que resistían incluso a la llamada del trabajo.

Ocurrió que en el curso de uno de dichos paseos fueron a desembocar los dos amigos en una callejuela de

uno de los barrios comerciales de Londres. Se trataba de una vía estrecha que se tenía por tranquila pero

que durante los días laborables albergaba un comercio floreciente. Al parecer sus habitantes eran comerciantes prósperos que competían los unos con los otros en medrar más todavía dedicando lo sobrante de sus

ganancias en adornos y coqueterías, de modo que los escaparates que se alineaban a ambos lados de la calle

ofrecían un aspecto realmente tentador, como dos filas de vendedoras sonrientes. Aun los domingos, días

en que velaba sus más granados encantos y se mostraba relativamente poco frecuentada, la calleja brillaba

en comparación con el deslucido barrio en que se hallaba como reluce una hoguera en la oscuridad del bosque acaparando y solazando la mirada de los transeúntes con sus contraventanas recién pintadas, sus bronces bien pulidos y la limpieza y alegría que la caracterizaban

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