Derecho , pregunta formulada por prichucuevas79, hace 3 meses

¿la política es un oficio?. justifica la respuesta​

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Contestado por 72994796
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Uno de los raros consensos que existen en torno a la relevancia de alguien en el ámbito latinoamericano concibe a Jorge Luís Borges en el parnaso de la excelencia literaria de la región. Superando el sesgo de su nacionalidad y de su militancia política Borges se alza como el escritor indiscutible cuyo legado sigue maravillando. En 1981 Mario Vargas Llosa le entrevistó en su modesto departamento del centro de Buenos Aires donde vivía.

El prolijo diálogo da cabida al repaso de la vida quien tiene en ese momento 82 años, de su formación sentimental, sus gustos literarios, sus obsesiones. Vargas Llosa también formula a Borges dos preguntas que por su naturaleza y mi dedicación llaman mi atención. En la primera le pregunta por su régimen político ideal, en la segunda por si hay algún político contemporáneo que admire.

Se trata de dos cuestiones centrales en el orden político pues, como señalaría Giovanni Sartori en brillante metáfora, concernía a “las máquinas y a los maquinistas”, a las instituciones y a quienes las conducen. Dos cuestiones formuladas a un personaje capital del siglo pasado, cuyas respuestas no pueden pasar desapercibidas puesto que se enmarcan perfectamente en un acervo concreto y ayudan a definir el espíritu de los tiempos.

La primera tiene un componente más personal. Se refiere a cómo un individuo se sitúa en el mundo. Borges, que se reconoce desconcertado y descorazonado, —añade “como todos mis paisanos”— se declara viejo anarquista spenceriano que cree que el Estado es un mal, “pero por el momento es un mal necesario”. La segunda me interesa más a los efectos de este artículo. Quien muriera en Ginebra cinco años más tarde responde: “Yo no sé si uno puede admirar a políticos, personas que se dedican a estar de acuerdo, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar y, discúlpenme ustedes, a ser populares…”

Borges aparentemente duda en relación con la admiración que pudiera generarle la clase política, pero las premisas de su calificación le conducen a una obvia posición crítica. Sin embargo, dejando de lado la misma, creo que no se pueden enunciar mejor cinco características centrales del quehacer de los políticos. Vayamos por partes.

Quienes ejercen la política son “personas que se dedican a estar de acuerdo”. La política existe mientras haya conflicto, la gestión de este es su finalidad y el compromiso es una especie de solución, probablemente parcial y temporal. Alcanzar acuerdos supone paliar la confrontación; la polarización hoy tan en boga por doquier supone la quiebra de esa lógica.

Ahora bien, otra cosa es encapsularse bajo el paraguas de una casta política cerrada y excluyente. El régimen salvadoreño establecido tras los acuerdos de paz de 1992 confirió el poder a los antagonistas de la guerra que consolidaron un régimen político en el que ARENA y el FMLN monopolizaron el poder durante 27 años, algo que ya había sucedido en Colombia bajo el régimen del Frente Nacional entre el Partido Liberal y el Partido Conservador.

La clase política gestiona el presupuesto y opciones de poder, articuladas mediante decisiones de carácter administrativo, que pueden llegar a traspasar límites abusivos alcanzando al delito dando sentido al término “sobornar”, que apunta Borges. De ello hay sobrados ejemplos en la última década que van desde el Lava Jato brasileño, a los de José López, secretario de Obras Públicas, y de Julio De Vido, secretario de Planificación, ambos en el Gobierno de Cristina Fernández.

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