La leyenda de la amulet de jade .
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El amuleto de Jade” posee paralelismos con la historia de Catherine y Heathcliff.
La protagonista, Han, comienza su andadura novelesca cuando su madre la vende para que sirva, con cuatro años, en una gran casa, y así sostener al resto de sus hermanos y a uno nuevo que llega; esta niña que irá creciendo, no será un caso aislado del mundo de marginación al que están sometidas las mujeres, y que es retratado con toda su dureza en “El amuleto de Jade”. Han se definirá muy pronto como una heroína romántica en primer grado, caracterizada por la soledad y el orgullo como manifestación lógica de la dificultad que acarrea su introducción en un universo social absolutamente cerrado y dominado por las reglas. Frente a esa dureza y crueldad en la que tiene que sobrevivir, Han, desde niña, encontrará en la amistad infantil con el niño/amo Wu, el único afecto que perdurará a través de todas las vicisitudes de su vida. La capacidad fabuladora de Lim permite que se superpongan distintos planos ficcionales en “El amuleto de Jade”: se mistifica la realidad, porque los personajes se nos ofrecen en su crueldad o tiranía, producto de una jerarquía social que no permite fisuras, basado en la hipocresía y en la ocultación. Pero a la vez aparecerá en ese realismo vital el mundo de los sueños y de los fantasmas, de los dioses y de las tradiciones mágicas, todo un más allá cotidiano en caótica convivencia en el espacio de los vivos.
Toda la novela es el desarrollo de varias miradas, es fruto de la observación: de la escritora, del narrador y de los personajes. Se funde el áspero realismo de la vida cotidiana con desasosegantes manifestaciones de lo mágico, de la religión budista en su universo plagado de diosecillos que intervienen de forma aciaga y caprichosa en el devenir humano de unos seres marcados por la desgracia. Las fuerzas “amorales” de la naturaleza, de lo espiritual, no hay que olvidarse de que Singapur es un cruce de caminos culturales, de mestizaje del mundo musulmán, budista y de clara influencia británica, esas fuerzas, como decía, parecen actuar, al principio, y después al final, a favor de la pasión destructiva, para revelarse después como instrumentos de reconciliación.
La historia, cruel y apasionada, recuerda, en temas y atmósferas, trasplantadas al oriente asiático, y, sorprendentemente, en un tiempo no alejado de nosotros, a la mejor tradición de la novela gótica. La ironía de algunos pasajes que describen situaciones y personajes alude a la capacidad dickensiana de Lim en su fórmula narrativa, y, con gran originalidad, su fusión con las tradiciones chinas, malayas y de Singapur, pobladas de historias dinásticas legendarias, cuentos fantásticos, donde los tres reinos de la Naturaleza conviven en un diálogo de muerte y renovación.
La protagonista, Han, comienza su andadura novelesca cuando su madre la vende para que sirva, con cuatro años, en una gran casa, y así sostener al resto de sus hermanos y a uno nuevo que llega; esta niña que irá creciendo, no será un caso aislado del mundo de marginación al que están sometidas las mujeres, y que es retratado con toda su dureza en “El amuleto de Jade”. Han se definirá muy pronto como una heroína romántica en primer grado, caracterizada por la soledad y el orgullo como manifestación lógica de la dificultad que acarrea su introducción en un universo social absolutamente cerrado y dominado por las reglas. Frente a esa dureza y crueldad en la que tiene que sobrevivir, Han, desde niña, encontrará en la amistad infantil con el niño/amo Wu, el único afecto que perdurará a través de todas las vicisitudes de su vida. La capacidad fabuladora de Lim permite que se superpongan distintos planos ficcionales en “El amuleto de Jade”: se mistifica la realidad, porque los personajes se nos ofrecen en su crueldad o tiranía, producto de una jerarquía social que no permite fisuras, basado en la hipocresía y en la ocultación. Pero a la vez aparecerá en ese realismo vital el mundo de los sueños y de los fantasmas, de los dioses y de las tradiciones mágicas, todo un más allá cotidiano en caótica convivencia en el espacio de los vivos.
Toda la novela es el desarrollo de varias miradas, es fruto de la observación: de la escritora, del narrador y de los personajes. Se funde el áspero realismo de la vida cotidiana con desasosegantes manifestaciones de lo mágico, de la religión budista en su universo plagado de diosecillos que intervienen de forma aciaga y caprichosa en el devenir humano de unos seres marcados por la desgracia. Las fuerzas “amorales” de la naturaleza, de lo espiritual, no hay que olvidarse de que Singapur es un cruce de caminos culturales, de mestizaje del mundo musulmán, budista y de clara influencia británica, esas fuerzas, como decía, parecen actuar, al principio, y después al final, a favor de la pasión destructiva, para revelarse después como instrumentos de reconciliación.
La historia, cruel y apasionada, recuerda, en temas y atmósferas, trasplantadas al oriente asiático, y, sorprendentemente, en un tiempo no alejado de nosotros, a la mejor tradición de la novela gótica. La ironía de algunos pasajes que describen situaciones y personajes alude a la capacidad dickensiana de Lim en su fórmula narrativa, y, con gran originalidad, su fusión con las tradiciones chinas, malayas y de Singapur, pobladas de historias dinásticas legendarias, cuentos fantásticos, donde los tres reinos de la Naturaleza conviven en un diálogo de muerte y renovación.
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