la importancia de la figura femenina para las sociedades neoliticas y sus religiones
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Respuesta:
Lewis Mumford
El fenómeno al que damos el nombre de revolución agrícola fue precedido, muy probablemente, por una revolución sexual: un cambio que dio predominio no al macho cazador, ágil, de pies veloces, dispuesto a matar, implacable por necesidad vocacional, sino a la hembra más pasiva, apegada a sus hijos, de andar pausado para ir la mismo paso que los niños, , guardiana y criadora de los pequeños de toda clase, incluso dando el pecho, si era necesario, cuando la madre había muerto, a los cachorros domésticos; la mujer que plantaba las semillas y vigilaba su crecimiento, acaso inicialmente en un rito de fertilidad, antes de que el crecimiento y la multiplicación de las semillas surgiera la nueva posibilidad de aumentar la cosecha de alimentos.
Permítaseme insistir en la concentración del hombre neolítico en la vida orgánica y el crecimiento: no se trata tan solo del muestreo y ensayo de lo proporcionado por la naturaleza, sino de una selección y propagación con sentido crítico, una empresa llevada a cabo con tanto cuidado que el hombre histórico no ha agregado ninguna planta ni ningún animal de importancia básica a los que ya eran cultivados por las comunidades neolíticas. La domesticación, en todos sus aspectos, implica dos grandes cambios: la permanencia y la continuidad en la residencia y el ejercicio y control y previsión sobre procesos que antes estaban sujetos a los caprichos de la naturaleza. Estos cambios van acompañados de hábitos de dulzura, crianza y educación. Al respecto, las necesidades de la mujer, sus cuidados, su intimidad con los procesos de crecimiento, su capacidad para la ternura y el amor, debieron de desempeñar un papel decisivo. Con la gran ampliación de la existencia de alimentos que resultó de la domesticación cumulativa de plantas y animales, la posición central de la mujer en la nueva economía quedó establecida.
Ciertamente “hogar y madre” son palabras inscritas en cada etapa de la agricultura neolítica, sin excluir a los nuevos centros rurales, por fin reconocibles en los basamentos de casas y en sepulturas. Era la mujer la que manejaba la azada, era ella quien cuidaba las cosechas del huerto y quien llevó a cabo esas obras maestras de selección y cruzamiento que convirtieron las toscas especies silvestres en las prolíficas variedades domésticas, de ricas propiedades nutritivas. Fue también la mujer quien hizo los primeros recipientes, tejiendo cestos y modelando los primeros cántaros de arcilla. En cuanto a la forma, también la aldea es su creación; pues, dejando de lado todo lo demás que la aldea pudiera ser, era ante todo un nido colectivo para el cuidado y la crianza de los pequeños. Aquí la mujer prolongó el periodo de atención del niño, de la juguetona irresponsabilidad de la que depende hasta tal punto el desarrollo superior del hombre. La vida estable en la aldea tenía una ventaja sobre las formas de asociación más flojas y errantes en grupos más pequeños, por cuanto proporcionaba las máximas facilidades para la fecundidad, la nutrición y la protección. Mediante la responsabilidad comunal por el cuidado de los pequeños, estos pudieron desarrollarse en gran número.
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