La historia de la oveja es la historia de la misión de Jesús
en el mundo. Explica su presencia entre nosotros, que pronto vamos a celebrar. Nos invita a esperar con más expectación aún a lo largo de esteAdviento.
Jesús deja a las noventa y nueve para ir en busca de la que
se ha perdido.
¿Cómo consideraría esta acción insensata
nuestro mundo de hoy, mundo de resultados, de
competitividad y de éxito?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Jesucristo, una vez más, nos muestra cuál es la misión para la que se ha encarnado. No vino para ser adorado y servido por los hombres. No vino como un gran rey, como un poderoso emperador, ... sino que se hizo hombre como un simple pastor, un pastor nazareno.
Se hizo pastor porque su misión es precisamente ésta: que no se pierda ninguna de sus ovejas. Jesús vino al mundo para redimir al hombre de sus pecados, para que tuviera la posibilidad de la salvación. Nosotros somos estas ovejas de las que habla la parábola, y nuestro Pastor, Jesucristo, irá en busca de cada uno de nosotros si nos desviamos de su camino. Aunque le desobedezcamos, aunque nos separemos de Él, siempre nos va a dar la oportunidad de volver a su rebaño. ¿Valoro de verdad el sacramento de la Penitencia que hace que Cristo perdone mis faltas, mis ofensas a Él? ¿Me doy cuenta de que es precisamente esto lo que es capaz de provocar más alegría en el cielo? ¿Con cuánta frecuencia acudo a la confesión para pedir perdón por mis pecados?
Este pasaje del Evangelio también nos enseña que el buen cristiano debe ayudar a los pecadores a rectificar su vida y alegrarse cuando lo logren. Por eso Jesús pone en evidencia a estos fariseos y escribas, porque critican a Jesús por tratar con los pecadores para convertirlos. Cristo nos enseña aquí a no juzgar la vida de los demás. Es más provechoso acercarse al pecador y darle buen ejemplo que perder miserablemente el tiempo criticándole. Imitemos a Cristo también en esta faceta de carácter apostólico, y lancémonos a acercar a Cristo a aquellas personas que más lo necesitan.
Explicación:
Queridos amigos, ¿cómo no abrir nuestro corazón a la certeza de que, a pesar de ser pecadores, Dios nos ama? Él nunca se cansa de salir a nuestro encuentro, siempre es el primero en recorrer el camino que nos separa de él. El libro del Éxodo nos muestra cómo Moisés, con confianza y súplica audaz, logró, por decirlo así, desplazar a Dios del trono del juicio al trono de la misericordia (cf. 32, 7-11.13-14). El arrepentimiento es la medida de la fe; y gracias a él se vuelve a la Verdad. Escribe el apóstol san Pablo: «Encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad» (1 Tm 1, 13). Retomando la parábola del hijo que regresa «a casa», notamos que cuando aparece el hijo mayor indignado por la acogida festiva dada a su hermano, de nuevo es el padre quien sale a su encuentro y sale para suplicarle: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). Sólo la fe puede transformar el egoísmo en alegría y restablecer relaciones justas con el prójimo y con Dios. «Convenía celebrar una fiesta y alegrarse —dice el padre— porque este hermano tuyo… estaba perdido, y ha sido hallado» (Lc 15,32).
Catequesis Benedicto XVI Domingo 12 de septiembre de 2010