La fuga de Pancho Villa
Carlitos Jáuregui me contó, una noche que esperábamos en Juárez la llegada de Villa, el origen de sus relaciones con el guerrillero.
Cuando Villa estaba preso en Santiago Tlatelolco me iba relatando Jáuregui yo trabajaba como escribiente en uno de los juzgados militares. Aquellos días los recordaré siempre como los de mi mayor miseria. Tenía de sueldo alrededor de cuarenta o cincuenta pesos, a causa de lo cual vivía triste, tan triste que, según me parece, la tristeza se me echaba de ver en raro contraste con mis pocos años. Para ganar un poco más, solía ir al juzgado por las tardes, pasadas las horas de oficina, y allí escribía sólo hasta acabar las copias que me encargaban abogados y reos. Mi escritorio estaba junto a la reja detrás de cuyos barrotes comparecían los acusados; de manera que desde mi asiento podía yo ver una parte del pasillo de la prisión, solitario casi siempre a esas horas.
Una tarde, al alzar la vista de sobre el escritorio y mirar distraído hacia el pasillo, vi a Villa, de pie tras de la reja. Había venido tan calladamente, que no sentí sus pasos. Llevaba, como de costumbre, puesto el sombrero y echado sobre los hombros el sarape.
Buenas tardes, amiguito me dijo amable y afectuoso.
Su aspecto no era exactamente igual al que le había conocido las mañanas en que el juez le tomaba declaración o lo llamaba para cualquier diligencia. Me pareció menos lleno de desconfianza, menos reservado, más franco. Lo que sí conservaba idéntico era el toque de ternura que asomaba a sus ojos cuando me veía. Esa mirada, que entonces se grabó en mí de modo inolvidable, la descubrí desde la primera ocasión en que el juez me encomendó asentar en el expediente las declaraciones que Villa iba haciendo.
Vengo a ver añadió si quiere usted hacerme el servicio de ponerme en limpio una cartita.
Luego conversamos un buen rato, me dio el papel que le debía copiar y quedó en que volvería él mismo a recogerlo a la tarde siguiente, a la misma hora.
Al otro día, después que hubo recogido su carta, clavó en mí los ojos por mucho tiempo y, al fin, me preguntó, haciendo más notable el matiz afectuoso de su sonrisa y su mirada:
Oiga, amiguito: ¿Pues qué le pasa que lo veo tan triste?
No me pasa nada, general.
No sé por qué llamé yo a Villa general desde la primera vez que hablamos. Y añadí luego:
Así estoy siempre.
Pues si así está siempre, eso quiere decir que siempre le pasa algo. ¡Vaya, vaya, dígamelo! A lo mejor resulta que yo puedo sacarlo de sus penas.
Aquel tono, un poco cariñoso, un poco rudo, un poco paternal, me conquistó. Y entonces, dejándome arrastrar por la simpatía que Villa me manifestaba, le pinté en todos sus detalles las privaciones y miserias de mi vida. Él me escuchó profundamente interesado, y tan pronto como terminé de hablar metió mano en el bolsillo del pantalón:
Usted, amiguito, me dijo, no debe seguir padeciendo de ese modo. Yo voy a encargarme de que su vida cambie. Por principio de cuentas, tome esto para que se ayude.
Y me tendió, por entre los barrotes de la reja, un billete de banco doblado tantas veces que parecía un cuaderno diminuto.
Al principio yo rechacé con energía aquel dinero que no había pedido; pero Villa me convenció pronto con estas palabras:
Acepte, amiguito; acepte y no sea tonto. Yo le hago hoy un servicio porque puedo hacérselo. ¡Usted qué sabe si mañana ha de resultar al revés! Y tenga por seguro que si en su mano está hacer algo por mí cualquier día, no esperaré a que me lo ofrezca: se lo pediré yo mismo.
Esa noche, ya en la calle, estuve a punto de desmayarme al pie del primer foco de luz que encontré en mi camino. Al desdoblar el billete vi algo que apenas podría creer: ¡el billete era de a cien pesos! ¡Nunca había tocado con mis manos otro billete igual! Tenía dibujada, sobre fondo rojo, una hermosísima águila mexicana con las alas abiertas y muy largas.
Guzmán, Martín Luis, El águila y la serpiente, México, Colección Málaga, 1977, pp. 187-190.
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Acerca de la pregunta sobre el lugar del que se fugó Villa, es que se escapó de la cárcel gracias a Carlos Jáuregui, el escribiente mencionado en el relato. Si quieres averiguar más sobre el asunto deberás hacerlo por tu cuenta, se trata de una historia muy emocionante, también se dice que no desaprovechó el tiempo y que aprendió a leer y a escribir ahí, en la cárcel.
¿Qué opinas sobre la manera en que el narrador presenta a Pancho Villa en este texto?
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respuesta:am sorry te juro que te ayudaria pero no soy tan buena en comprension lectora pero soy buena en matematicas te ayudaria en matematicas arte y otras materia pero no en castellano
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