LA COSECHA DE MI ABUELO Me fascinan las mandarinas cuando están grandes y pesaditas porque empiezan a tomar un color rojizo en la cáscara y eso quiere decir que ya están listas para corner. Cuando ese momento llega, mi abuelo me pide que le ajude a recogerlas y yo voy feliz porque sé cuál es su mejor costumbre, contarme historias. Mi abuelo siempre ha sido el gran héroe de mis sueños. Lo he imaginado haciendo todas las cosas que me cuenta: enamorado y feliz en un campo más grande que éste; triste y perdido cuando moria un animal muy especial para él. Lo he imaginado tanto que cada vez que me lo encuentro me parece mentira que también exista cuando tengo los ojos abiertos. Ayer estuve en su sembradio. Las ramas de los árboles se doblaban por el peso de las mandarinas, que parecian pequeños soles de un atardecer. A los naranjos les pasaba lo mismo y me dio la impresión de que en cualquier momento las frutas iban a caer. Mientras mi abuelo depositaba las frutas en mi canasta, se me ocurrió un juego. Cerré los ojos y empecé a tocar las frutas que había en mi canasta para adivinar cuáles eran las mandarinas y cuáles las naranjas. La cáscara de las naranjas era más lisa y la de las mandarinas, más rugosa, Luego hundi mis uñas y comprobé que la naranja era más dura. En realidad, distinguirlas es muy fácil porque el olor tan intenso que tiene la mandarina es muy diferente al de la naranja. Yo disfruto mucho cuando es el tiempo de la cosecha porque además de comer cuantas frutas quiera, puedo saborear en ellas toda la vida de mi abuelo. (Este texto fue escrito por Gloria Liliana Garzón Molineros) Editado¿presentismo empleados para distinguir las propiedades de los objetos sólidos?
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