«La carta de Mariana»
Sebastián Hacher
Plantamos la mesa en medio de la calle. Un transeúnte
se detiene. Nos observa como si fuésemos una
vidriera, examina la escena con atención y se decide
a hablarnos: «¡Es un machete!», exclama convencido.
Habla mucho. Cuenta que en sus épocas de escuela
él sabía fabricar machetes, esos «ayuda memoria»
para copiarse en las evaluaciones de geografía. Que
nunca lo habían descubierto. Y no sé qué más dice,
porque no lo escucho del todo. Me distraigo porque
Mariana sonríe con todo el cuerpo, como hace siempre
que sonríe. Ella tiene casi 30 años, igual que yo,
pero cuando se ríe es una niña descubriendo el
mundo. Esta vez, su gesto también es una señal de
intimidad, un velo que nos separa del interlocutor
desconocido.
Cuando el hombre se va, nos quedamos callados.
Mariana contempla la textura de su obra y la acaricia
como a un hijo dormido. Lee algunas de las frases
escritas en las tiras de papel que pegó sobre la
mesa. Yo sé que no necesita leer: lo hace por costumbre.
Lleva años repitiendo el ejercicio de recortar
líneas de esa carta y pegarlas una atrás de la otra.
Conoce de memoria cada una de las doce páginas
que le legó su padre antes de intentar escapar de la
Argentina. Ella dice que es una forma de entablar un
diálogo. Cada palabra que adhiere es responder un
poco la carta. Los espacios en blanco representan
las respuestas que tal vez nunca encuentre, los silencios
que no se pueden pintar con ningún color.
Manolo usó una mesa similar, hace 29 años, para
escribir la carta a Mariana. Fue el 23 de Marzo de
1977, en el bar Antigua Perla de Once. Eran las 2 de
la mañana cuando la terminó. «Pasé a la clandestinidad
», escribe. «Soy una persona buscada... Estuve
todo el día deambulando por la ciudad». Es la palabra
de un hombre acorralado que intenta salvar su
vida. «He decidido partir. Debo llegar a destino con la
única finalidad de reencontrarme». Pero también sabe
que es un viaje peligroso. «Hoy se vive y se muere
muy rápido.. No tengo la seguridad de terminar este
escrito».
Manolo escribe que no quiere hacer un testamento,
pero «no puedo evitar —confiesa— que esta carta
tome el carácter de testimonio, del testimonio de mi
verdad». Entonces hace el inventario de su vida para
la hija que no sabe si va a volver a ver. Divide su historia
en etapas signadas por acontecimientos personales
y políticos. Toda la carta, toda la vida de Manolo
están marcadas por dos aspectos que algunas veces
se complementan y otras se enfrentan. El amor y la
revolución social. La familia y los compañeros de militancia.
Formar una familia y morir por un ideal. Manolo
se entiende a sí mismo como un militante dando su
vida por un sueño, pero también como un padre que
añora tener a su hija, a Mariana, en brazos.
«Espero —escribe casi al final— que el depositario te
la entregue cuando cumplas quince años». Hay dos
copias escritas a mano. Ambas tienen su sello postal,
y fueron entregadas a personas de confianza, que no
olvidarán su promesa de guardarlas y entregarlas en
el momento justo.
Si la dictadura quiso desarmar proyectos e imponer
el país del «no te metás», esa carta de un padre a su
hija recién nacida representa el último acto de un
hombre que estuvo dispuesto a pagar el precio de
sus ideas. Mariana retoma esas últimas palabras y las
convierte en el hilo con el que se teje la memoria. La
carta de Manolo es un mensaje para el presente, un
machete a plena luz del sol.
¿CUAL ES EL MENSAJE DE SEBASTIAN HACHER PARA SU HIJA?
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Explicación:
es un testamento jjjjjjjjj
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