Juan José Milla
ESPANA
de beber.
Alas tardes y al verano.
Al verano también, sí.
-No podía dejar de sufrir, como otros no pueden dejar
O de fumar.
O de fumar, sí.
-De todas formas fingía mucho.
Las voces eran familiares, pero no hizo el esfuerzo de
ELLA ESTABA MUERTA
Ella salió del ascensor, abrió la puerta de su casa y escu-
chó voces en la salita. Como vivía sola, le extraño, pero no lle-
go a inquietarse. Avanzó por el pasillo y entró en el cuarto de ba-
no para lavarse las manos. Cuando tocó la toalla sintió que esta-
ba húmeda, como si alguien acabara de secarse las manos. La
puerta de la salita estaba cerrada, pero las voces llegaban con al-
guna claridad. Hablaban dos hombres.
-Me pregunto
- decía uno de ellos-- si todo este cú-
mulo de casualidades ha cambiado nuestra vida o, por el contra-
rio, ha reforzado su destino.
-¿Qué quieres decir? —preguntaba el otro. -
-Que si esto nos pasa es porque nos tenía que pasar o
porque ha sucedido algo capaz de torcer nuestra existencia.
Y qué más da.
-La curiosidad.
Permanecieron en silencio unos instantes. Lucía despla-
zó el peso del cuerpo al pie izquierdo y esperó. Al poco tiempo volvió a
hablar el de la voz aguda. Dijo:
-Yo creo que le podíamos poner remedio a todo esto,
que habría bastado tener una conversación con ella. Quizá no su-
pimos apoyarla, darle valor...
-Las tardes son muy largas: ella les tenía mucho miedo
a las tardes.
Parece que ha entrado un poco de frío.
-La puerta está cerrada.
-Las casas antiguas...
Ella contemplólos rostros y reconoció a sus hermanos,
fue un reconocimiento desprovisto de afecto: el trámite de
pero
-No tenemos ninguna culpa.
Pero nos sobran omisiones. Menos mal que mamá no
Entendió que se hablaba de ella como si estuviera muer-
vive.
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buscarles un rostro. Debían ser las cinco o las cinco y media de
la tardo. Pensó que desde algún punto de vista la situación podría
resultar inquietante, pero al mismo tiempo advirtió que ella ya
había perdido ese punto de vista, de manera que, lejos de asus-
tarle, aquel extraño aspecto de la realidad le despertaba un deseo
de saber que no traía aparejado ningún tipo de sufrimiento. Ob-
servaba con la frialdad de un insecto, con una mirada libre de
opinión o juicio estimativo. Decidió abrir la puerta. Dos hom-
bres —sentados frente a frente, separados por la mesa camilla-
tomaban vino e intercambiaban miradas de desolación o de con-
suelo. No llegaron a reparar en su presencia. El de la voz aguda
era el más alto; dijo:
una memoria que ha dejado de amar lo que recuerda. Miró la bo-
tella de vino, pero no sintió la necesidad de ponerse un vaso.
ta. El caso es que se encontraba muy bien, mejor que nunca.
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jakdob ksjbteeeee jaste ksibyetvxt
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kkjvvhujk
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