invstiga acerca de un mito que se relacione con tu localidad y explicalo brevemente
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Entre las innumerables perspectivas del mito se encuentra la social. Todo mito, también el
literario, se desarrolla en sociedad. La relación entre mito y sociedad admite también un sinfín de
enfoques. Aquí me limitaré a uno: el mito no es ajeno a la clase social. Para comprender lo que
persigo explicar, vayan por delante dos premisas y una consecuencia:
1ª premisa. Todo mito es una emergencia social: no surge por generación espontánea ni
resulta de la naturaleza biológica del ser humano individual. No existe ningún mito ajeno a una
proyección social, por pequeña que sea.
2ª premisa. Elemento indispensable de la sociedad es la clasificación: al margen de las
ideologías utópicas, no existe ninguna sociedad absolutamente igualitaria. La distribución de la
riqueza, del trabajo, del conocimiento, es disimétrica, no lineal. No comparto la opinión de la
ausencia de jerarquía en las comunidades primitivas.
3. Consecuencia: como fenómeno social, el mito evidencia una clasificación social.
Aún cabría añadir que, siendo el mito una de las manifestaciones más importantes en la
cultura de una sociedad, toda mitología es cultura estratificada.
Clasificación social y estratificación de la cultura. Nada mejor que el mito para consignar la
balanza desequilibrada de los hombres en sociedad, de los grupos en sociedad. Lo muestra la
historia literaria de los cinco continentes.
La diferenciación social relativa al mito es variada:
1.― En primer lugar, existe la clasificación del enunciador (el mito es un relato). No cuenta
quien quiere, sino quien puede. La comunidad guarda celosamente sus mitos. A nivel privado los
puede contar una nodriza a un niño, pero socialmente los canta el vate, los anuncia la profetisa, los
celebra el mago o los escribe el monje. La transmisión queda así asignada a los miembros de un
grupo social; el resto de la comunidad solo puede escuchar, aprender, ver o leer los mitos.
2.― En segundo lugar, existe la clasificación de los personajes representados en el mito
(todo mito tiene un referente personal). Es llamativo observar cómo todos los personajes
comprometidos en un mito muestran, consciente o inconscientemente, una estratificación social en
función de ese mito. Dos fuerzas luchan aquí en sentidos opuestos. Por un lado, la tendencia de la
naturaleza a la uniformización, que iguala a todos los humanos como puros entes biológicos. Por
otro lado, la tendencia cultural de la sociedad, que distingue, desequilibra la balanza humana.
Creo que la razón de esta doble clasificación (del emisor, en primer lugar, de los personajes,
en segundo lugar) solo se explica porque el mito es sagrado. Merece la pena recordar que “sagrado”
es lo que está separado y dedicado a los dioses (“santificado”), lo que se esconde y sustrae a la
mirada por ser diferente y extraordinario. El término proviene del protoindoeuropeo sak
“santificar”, “hacer un tratado”, y se correlaciona con los vocablos hagios (griego), qadosh (hebreo)
y haram (árabe). Por el contrario, lo profano es lo que se encuentra delante (pro-) del templo
(fanum), es decir, fuera del lugar o del ámbito sagrado. Así, el monje, el profeta o el arúspice, que
no comparten igual habitación que el vulgo, transmiten lo sagrado, lo mítico. También así, el héroe,
que no comparte sus hazañas con el pueblo, vive lo sagrado, lo mítico. Ambos, el transmisor y el
ejecutor, viven en un mundo restringido, propio solo a ellos.
Esto interesa de modo particular en el entorno de nuestras jornadas dedicadas a la World
Literature. Lo que va dicho vale tanto para los pueblos indoeuropeos como para los africanos,
asiáticos, americanos y australianos. En toda historia literaria existen ejemplos de esta separación
― que es clasificación ― entre lo sagrado y lo profano bajo cualquiera de los dos modos aquí
descritos:
1º Entre el hombre (o la mujer) autorizado a transmitir el mito y el que debe limitarse a
escucharlo.
2º Entre el hombre (o la mujer) representado en el mito y los demás miembros de la
sociedad.
literario, se desarrolla en sociedad. La relación entre mito y sociedad admite también un sinfín de
enfoques. Aquí me limitaré a uno: el mito no es ajeno a la clase social. Para comprender lo que
persigo explicar, vayan por delante dos premisas y una consecuencia:
1ª premisa. Todo mito es una emergencia social: no surge por generación espontánea ni
resulta de la naturaleza biológica del ser humano individual. No existe ningún mito ajeno a una
proyección social, por pequeña que sea.
2ª premisa. Elemento indispensable de la sociedad es la clasificación: al margen de las
ideologías utópicas, no existe ninguna sociedad absolutamente igualitaria. La distribución de la
riqueza, del trabajo, del conocimiento, es disimétrica, no lineal. No comparto la opinión de la
ausencia de jerarquía en las comunidades primitivas.
3. Consecuencia: como fenómeno social, el mito evidencia una clasificación social.
Aún cabría añadir que, siendo el mito una de las manifestaciones más importantes en la
cultura de una sociedad, toda mitología es cultura estratificada.
Clasificación social y estratificación de la cultura. Nada mejor que el mito para consignar la
balanza desequilibrada de los hombres en sociedad, de los grupos en sociedad. Lo muestra la
historia literaria de los cinco continentes.
La diferenciación social relativa al mito es variada:
1.― En primer lugar, existe la clasificación del enunciador (el mito es un relato). No cuenta
quien quiere, sino quien puede. La comunidad guarda celosamente sus mitos. A nivel privado los
puede contar una nodriza a un niño, pero socialmente los canta el vate, los anuncia la profetisa, los
celebra el mago o los escribe el monje. La transmisión queda así asignada a los miembros de un
grupo social; el resto de la comunidad solo puede escuchar, aprender, ver o leer los mitos.
2.― En segundo lugar, existe la clasificación de los personajes representados en el mito
(todo mito tiene un referente personal). Es llamativo observar cómo todos los personajes
comprometidos en un mito muestran, consciente o inconscientemente, una estratificación social en
función de ese mito. Dos fuerzas luchan aquí en sentidos opuestos. Por un lado, la tendencia de la
naturaleza a la uniformización, que iguala a todos los humanos como puros entes biológicos. Por
otro lado, la tendencia cultural de la sociedad, que distingue, desequilibra la balanza humana.
Creo que la razón de esta doble clasificación (del emisor, en primer lugar, de los personajes,
en segundo lugar) solo se explica porque el mito es sagrado. Merece la pena recordar que “sagrado”
es lo que está separado y dedicado a los dioses (“santificado”), lo que se esconde y sustrae a la
mirada por ser diferente y extraordinario. El término proviene del protoindoeuropeo sak
“santificar”, “hacer un tratado”, y se correlaciona con los vocablos hagios (griego), qadosh (hebreo)
y haram (árabe). Por el contrario, lo profano es lo que se encuentra delante (pro-) del templo
(fanum), es decir, fuera del lugar o del ámbito sagrado. Así, el monje, el profeta o el arúspice, que
no comparten igual habitación que el vulgo, transmiten lo sagrado, lo mítico. También así, el héroe,
que no comparte sus hazañas con el pueblo, vive lo sagrado, lo mítico. Ambos, el transmisor y el
ejecutor, viven en un mundo restringido, propio solo a ellos.
Esto interesa de modo particular en el entorno de nuestras jornadas dedicadas a la World
Literature. Lo que va dicho vale tanto para los pueblos indoeuropeos como para los africanos,
asiáticos, americanos y australianos. En toda historia literaria existen ejemplos de esta separación
― que es clasificación ― entre lo sagrado y lo profano bajo cualquiera de los dos modos aquí
descritos:
1º Entre el hombre (o la mujer) autorizado a transmitir el mito y el que debe limitarse a
escucharlo.
2º Entre el hombre (o la mujer) representado en el mito y los demás miembros de la
sociedad.
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