Investiga un acontecimiento por el cual, algunas religiones se han unido para
defender la dignidad de la persona humana, por ejemplo, una catástrofe
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En muchos lugares y en todos los tiempos las creencias religiosas han azuzado las guerras. Mucha gente ha matado o se ha inmolado por defender su idea de Dios, del bien y del mal; de los fieles y los infieles. Pero así como las religiones han contribuido a la violencia durante siglos, también han sido bálsamo para muchos creyentes que encuentran en ellas un aliciente de esperanza en medio del dolor. En tiempos de paz, la dimensión espiritual cobra especial relevancia. Porque casi todas las religiones y doctrinas enarbolan la palabra como el medio idóneo para la convivencia; reconocen el perdón como una experiencia sanadora; y alientan en los seres humanos su capacidad transformadora.
Por eso es tan trascendente que en Colombia los más importantes líderes religiosos, de todas las confesiones y creencias, se hayan unido para enviarles una carta a las delegaciones de gobierno y guerrilla en La Habana, clamando por un acuerdo que deje atrás la guerra. Lo hacen dejando de lado muchas de sus diferencias, en un momento en el que hay sombras e incertidumbres sobre el proceso de paz.
Los firmantes son 26 líderes de las Iglesias católica, anglicana, luterana, presbiteriana, ortodoxa, evangélica, menonita, instituciones que trabajan por la reconciliación asociadas a diferentes credos, así como comunidades islámicas e indígenas.
Aunque muchos de ellos coinciden en los territorios más afectados por el conflicto, y tienen experiencia de trabajo con víctimas en favor de la reconciliación y el cambio social, pocas veces han trabajado unidos. Todos, sin embargo, entienden que tienen un papel crucial en este momento de la historia, en el que Colombia enfrenta el reto de reconocer y cerrar las heridas que ha dejado una guerra prolongada, que se ensañó con los más débiles. Y que deben trabajar juntos, porque así lo exige el momento.
Sus experiencias comunitarias van desde la resolución de conflictos, como lo hacen por ejemplo los palabreros wayúu, pasando por acompañamiento a procesos de resiliencia a víctimas duramente golpeadas por la guerra; trabajo con desmovilizados; justicia restaurativa y defensa de derechos humanos, entre muchas otras. Muchos de ellos incluso han sido martirizados por la violencia, perseguidos o estigmatizados.
En la carta titulada ‘Las armas son el fracaso de la palabra’, rechazan el uso de las armas, pues van en contravía de la dignidad humana, e invocan el poder del diálogo. Reconocen que hay factores objetivos asociados a la violencia, como la inequidad, y también otros de orden moral, como la venganza y el rencor (ver carta completa).
“La carta refleja lo que debe ser una Nación, unión en medio de las diferencias”, dice el pastor Édgar Castaño, presidente del Consejo Evangélico de Colombia, (Cedecol).
La coordinadora de asuntos religiosos y asesora del despacho del Ministerio del Interior, Lorena Ríos, quien ha venido acompañando a las Iglesias, confesiones y comunidades, resaltó el carácter histórico de este manifiesto. También las implicaciones prácticas que tendrá, pues en el Plan Nacional de Desarrollo se incluyó un artículo que reconoce al sector religioso como un actor social clave en la construcción de paz.
La iniciativa de esta carta surgió de un encuentro interreligioso que buscaba reflexionar acerca del rol de las confesiones religiosas en la paz que organizó Cree en la Reconciliación, un proyecto de Reconciliación Colombia.
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aqui te doy la respuesta para que le des corona
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