Investiga el origen de las leyendas de la época de la Nueva España
Respuestas a la pregunta
Respuesta:Como ya se ha dicho en publicaciones anteriores, México es un lugar rico en tradiciones, recursos, gentes e historias. Tras un repaso por cuatro leyendas y mitos prehispánicos, llega el momento de dar un más que breve paseo por cuatro leyendas que se cuentan del México colonial.
Una vez más, y no será la última, uno de los países más mágicos del mundo, se abre ante nosotros para que lo descubramos a través de las historias que, de un modo u otro, lo marcaron.
El Armado
En Ciudad de México, cuando ésta era capital del Virreinato de Nueva España, existía un triste caballero cuya historia ha pasado de generación en generación y que ha dejado huella incluso en el callejero mexicano.
De acuerdo con la leyenda, a comienzos del siglo XVI, era frecuente ver a un caballero español que día tras día recorría, ataviado con su pesada armadura, la distancia que separaba su morada del convento de San Francisco. Lo extraño de su aparición es que a lo largo de su itinerario, el caballero dejaba escapar largos suspiros y quejumbrosos lamentos que acompañaban sus pasos hasta el citado convento, donde se postraba orante, entre sollozos y súplicas de perdón, ante la capilla del Señor de Burgos.
Aquella acción era repetida diariamente, y al salir del convento iba el caballero a otro, y seguía su peregrinaje hasta que llegaba la medianoche ante la atónita mirada de los vecinos de la ciudad, que se preguntaban qué clase de pecado habría cometido para cargar con semejante culpa. Mas nadie se atrevió nunca a preguntar.
Según cuentan la gentes, un día volvió su criada a casa y encontró al Armado, como lo habían bautizado los vecinos, colgando sin vida del balcón de la casona. Sin que nada pudiera hacerse por él ya, fue enterrado ese mismo día, pero todavía las gentes que a deshoras pasean por las calles cercanas al conocido como callejón del Armado, se han encontrado con el fantasma del caballero que, ahorcado todavía, sigue llorando, gimiendo, y pidiendo perdón.
El fraile que no se mojaba
Si la conquista del Nuevo Mundo fue la salida de la carrera militar que parecía tocar fondo con la caída del último bastión nazarí en España, también fue el nuevo campo de batalla por la salvación de las almas. Y por todos es conocida la importante huella dejada por la Iglesia tanto en España como en América.
Esta historia comienza en 1700 con el nacimiento de quien se convertiría en fray Agustín de San José, un monje castellano que fue a parar a México, donde predicó y ayudó a los más necesitados durante más de sesenta años hasta su muerte en 1778. Se decía de él que no había mal que no sanara ni pena que no espantara; si a la puerta del convento se acercaba alguien a pedir, fray Agustín daba cuanto tenía, y jamás obtuvo nada más allá de alguna olla que los vecinos más apegados le llevaban para que calmara el hambre. Fue, en verdad y a tenor de lo que de él todavía se cuenta, un hombre santo.
Tan santo era aquel monje español, que se cuenta que acudió en una ocasión a sanar a un vecino de un pueblo cercano para quien el médico no hallaba remedio, y que lo sorprendió una fuerte tormenta como pocas en las región. Al llegar el buen hombre a casa del médico, éste comprobó, y así lo registró, que el fraile estaba completamente seco. Tal era su fervor, que Dios lo protegía incluso de la lluvia.