Invente una fábula en la cual utilice al menos diez vocablos provenientes de las lenguas indígenas y africanas. ME AYUDAN POR FAVOR
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Respuesta:
Hace mucho tiempo en los calurosos valles, templadas mesetas y gélidas montañas del misterioso país de Los Pastos surcado por ríos de oro y adornado con cerros de piedras preciosas, los aborígenes sembraban y cosechaban frutos de la tierra y ofrendaban sus fabulosos tesoros al sol, a la luna y a las estrellas. Los indios Pastos armaban sus chozas en las pendientes escarpadas y desde sus atalayas se extasiaban contemplando los hermosos paisajes naturales por los que coman, como el viento, manadas de animales silvestres, sobrevolaban bandadas de aves, canoras ensalzando a los cultivos. En aquel edén maravilloso los nativos sólo morían de viejos o de hastío causado por la rutina de la vida amorosa, pacifica, afortunada y colmada de abundancia.
En aquella patria los guerreros yacían inertes en los tristes cementerios abrazados como siameses a sus empolvadas y jubiladas armas que eran carcomidas por el moho y el orín del tiempo.
El único arsenal existente en aquel paraíso era un arco con doce flechas de acero enfundadas en un carcaj de cuero, una lanza de hierro y una espada sagrada que cortaba con facilidad rocas de diamante, arma que en tiempo inmemorial descendió del cielo envuelta en una cota de malla deslumbrante con escudos impresos de los que utilizan los dioses en sus combates de crepúsculo matutino y crepúsculo vespertino.
Esos pertrechos los traspasaban los caciques mano a mano de generación a generación y los guardaban como reliquias en una urna funeraria incrustada en el altar de oro de una gruta recóndita que hacía las veces de templo. Inesperadamente un fatídico día llegó al vecindario del cacique un mensajero corriendo y gritando como un loco que su tribu había enfermado, que las cosechas se habían quemado, que los animales aparecían muertos como sí una fiera carnicera con sus garras los hubiera destrozado y que por aquel lugar reptaba y volaba un monstruo causando terror, destrucción y muerte, y sin terminar de dar la noticia el recadero se convirtió en una estatua de piedra con ojos desorbitados y rostro angustiado. Enseguida el cacique supremo ordenó a un vasallo que hiciera sonar el cuerno de cacería para convocar a los curanderos, brujos y exploradores. Tan pronto acudieron, el Jefe indígena les informó de la tragedia y les ordenó que viajaran inmediatamente a la aldea profanada a hablar con los súbditos para conocer lo que realmente sucedía e identificar y aniquilar a la maléfica bestia. Antes de partir los ensalmadores prepararon brebajes, los hechiceros celebraron ritos y los patrulleros se avituallaron para enfrentar con éxito al maligno.
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