Inventa una forma original de contar el relato de Un trozo de pan con chocolate en 10 líneas:
Me abordó a poca distancia de mi casa. Estábamos a finales de la primavera y hacía por lo menos dos semanas que le habíamos dado el pasaporte al tiempo fresco. Pero él llevaba todavía una americana de pana, un poco raída por los codos, con las solapas y una gorra de franela hundida hasta los ojos. No se había afeitado desde hacía días, tal vez para dar miedo. Pero no daba mucho. Más bien daba lástima.
Yo le seguí la corriente por pura solidaridad, a pesar de que, desde el primer momento, me di cuenta de que la pistola con la que me apuntaba, a un palmo de mi nariz, era de chocolate; de chocolate con leche, que es el que más me gusta. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para poner una cara de circunstancias, medianamente convincente, y no clavar un buen mordisco a aquel tentador cañón que temblaba bajos unos ojos.
Me apoyé en la pared contemplando al atracador, que torcía la cabeza hacia un lado y hacía chasquear la lengua, mientras buscaba las palabras para decirme que aquello era un atraco. Al ver su embarazo, opté por hacerle un gesto de inteligencia, dándole a entender que me hacía cargo de la situación y empecé a rebuscarme los bolsillos. Al fin saqué medio paquete de negro, un encendedor tirando a viejo, un pañuelo, un bono de autobús, medio gastado, doscientas treinta cuatro pesetas y el carné de identidad.
El carné me lo quedo. A usted no le servirá de nada y a mí me hace mucha falta.
El atracador dijo que sí con la cabeza mientras tragaba saliva ruidosamente.
-¿Está usted en el paro, tal vez?
En mala hora se lo pregunté. El hombre tuvo un sobresalto, dio
un traspiés, que por poco le hace perder el equilibrio, y dejó caer el arma encima de mis pantalones, dejándolos hechos una pena. Y lo peor fue que no pudo aprovechar la pistola, porque al caer, como estaba tan blanda, se mezclo con la tierra que había en el suelo.
El atracador se echó a llorar como una magdalena. ¡No había forma humana de consolarlo!.
-¿Está usted parado o lo hace por vicio?- le preguntaba yo por decir algo, angustiado al verlo llorar con tanto desconsuelo.
No quiso contestarme. Su respuesta fue devolverme todo lo que me había quitado, dándome además una insignia del Barça a modo de indemnización. Al fin abrió la boca para decirme que, aparte de la insignia, no tenía nada más que ofrecerme. Yo le contesté que prefería que me aclarara por qué se dedicaba a un trabajo tan ingrato y con unas herramientas tan poco serias. Se negó en redondo a responder. Moqueó, levantó la cabeza, se levantó las solapas de la chaqueta, que se le habían bajado, y, con las manos en los bolsillos, se marchó dejándome plantado en medio de la calle, más sólo que la una.
Por lo menos habría podido acompañarme hasta la puerta de mi casa. Todo el mundo sabe que andar sólo por esas calles, según a qué horas, es un tanto peligroso.
Lancé una última mirada al chocolate que había en el suelo y continúe mi camino. Después de todo, aquel atracador debía ser un pedazo de pan. Con chocolate.
Joles Sennell
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que largo
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como mi chorizo
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