Estadística y Cálculo, pregunta formulada por Yulitaita, hace 1 año

Introducción de la niña que perdi en el circo

Respuestas a la pregunta

Contestado por satorrkr13
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Quién sabe si alguna vez -la probabilidad es realmente remota- pueda convencernos la poesía que, puesta a recordar la infancia ya difunta del autor, ignora al niño aún oculto en cada uno de nosotros. Por suerte, las páginas que siguen no le ignoran y ellas son así un puente tendido también hacia la propia infancia del lector. En el camino propuesto por Raquel Saguier, abandonamos muy pronto a los adoradores del calendario, descubrimos que ellos sólo tienen razón a medias: los seres, las cosas y los paisajes de la infancia resisten muy bien eso que el hombre moderno llama madurez y los clásicos preferían llamar «la afrenta de los años». Además, el lenguaje de este libro goza de una propiedad poco frecuente: la simbiosis. La escritura se desentiende aquí de todo lo que no fuese una rápida presentación de situaciones generales y conflictos acaso necesarios y ofrece, entonces y en sí misma, la pintura de un encuentro, el de la mujer adulta y la niña que de alguna manera dicha mujer adulta sigue siendo.

Si los pensamos desde el punto de vista que acabo de mencionar. Los episodios del libro corren el riesgo de volverse puramente incidentales. Se trataría, sin embargo, de un riesgo que bien puede correr un libro cuando su escritura está puesta al servicio de la magia de los recuerdos y no de los recuerdos como tales. Así, los episodios de La niña que perdí en el circo parecen estar enlazados no tan sólo por los eslabones de la narración sino también por los de la naturaleza simbiótica del lenguaje empleado; pareciera que estas páginas estuviesen ligadas, más aún, soldadas por la llama de un conjuro.

El conjuro se resume en apenas unas líneas. Una mujer adulta convoca a la niña que ella fue, la niña aparece. Los conflictos de la mujer adulta, sus no-conflictos, en suma, las experiencias de su vida actual, ceden, retroceden ante la aparición de la gran negadora de los años, la infancia aún sentida y vivida en el último santuario posible, la poesía.

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