Castellano, pregunta formulada por fafabyisa07, hace 1 año

INTRODUCCIÓN DE CUENTO EL RELOJ??

Respuestas a la pregunta

Contestado por sandyarmijo1910
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Respuesta:

Insoportable es ya la insolencia de estos periodistas! –exclamó el juez don Félix Zendejas, golpeando coléricamente la mesa con el diario que acababa de leer.

Era don Félix hombre de mediana edad, como entre los treinta y los cuarenta años, grueso, sanguíneo, carirredondo, barbicerrado, de centelleantes ojos, nariz larga, tupidísimas cejas y carácter tan recio como sus reacciones. Hablaba siempre a voz herida, y cuando discutía, no discutía, dogmatizaba. No toleraba objeciones; siempre tenía la razón o pretendía tenerla, y si alguno se la disputaba exaltábase, degeneraba el diálogo en altercado, y el altercado remataba pronto en pendencia. Hubiérase dicho que la materia de que estaba formado su ser era melinita o ruburita, pues con la menor fricción, y al menor choque, inflamábase, tronaba y entraba en combustión espantosa; peligroso fulminante disfrazado de hombre.

Pocas palabras había cruzado con su esposa Otilia durante la comida, por haber estado absorto en la lectura del periódico, la cual le había interesado mucho, tanto más, cuanto que le había maltratado la vesícula de la bilis; porque era su temperamento a tal punto excitable, que buscaba adrede las ocasiones y las causas de que se le subiese la mostaza a las narices.

De la lectura sacó el conocimiento de que los perros emborronadores de papel, como irreverente llamaba a los periodistas, continuaban denunciando a diario robos y más robos, cometidos en diferentes lugares de la ciudad y de diversas maneras; y todos de carácter alarmante, porque ponían al descubierto un estado tal de inseguridad en la metrópoli, que parecían haberla trocado en una encrucijada de camino real. Los asaltos en casas habitadas eran el pan de cada día; en plena vía pública y a la luz del sol, llevaban a cabo los bandidos sus hazañas; y había llegado a tal punto su osadía, que hasta los parajes más céntricos solían ser teatro de hechos escandalosos. Referíase que dos o tres señoras habían sido despojadas de sus bolsitas de mano, que a otras les habían sacado las pulseras de los brazos o los anillos de los dedos, y que a una dama principal le habían arrancado los aretes de diamantes a tirón limpio, partiéndole en dos, o, más bien dicho, en cuatro, los sonrosados lóbulos de sus preciosas orejas. La repetición de aquellos escándalos y la forma en que se realizaban, denunciaban la existencia de una banda de malhechores, o, más bien dicho, de una tribu de apaches en México, la cual tribu prosperaba a sus anchas como en campo abierto y desamparado.

Zendejas, después de haberse impuesto de lo que el diario decía, se había puesto tan furioso, que se le hubieran podido tostar habas en el cuerpo, y, a poco más, hubiera pateado y bramado como toro cerril adornado con alegres banderillas.

–¡Es absolutamente preciso poner remedio a tanta barbarie! –repitió, dando fuerte palmada sobre el impreso.

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