INTENTE RESPONDERLAS, NO PUDE, A VER SI USTEDES PUEDEEENNN, AL MENOS ALGUNAS PLIS SKDKSKKDS VENGO ATRASADA
1- ¿En qué consiste “el juego" que se menciona en el relato?
2-¿Quiénes participarían en ese juego?
3-¿Por qué creés que “en ese juego todo tenía que andar rápido”?
4-¿Quién era Romero? ¿Qué acontecimiento interrumpiría su rutina esa tarde?
5-¿Dónde y cuándo había que liquidar a Romero?
6-¿Qué relación existió, en otros tiempos, entre Beltrán y Romero?
7-¿Cuáles pensás que fueron los caminos “tan distintos “que tomaron estos amigos?
8- ¿Por qué la orden del Número Uno era torpe? ¿Cuál era la única ventaja de esa orden?
9- ¿Qué hace Beltrán antes de cumplir con el encargo del Número Uno?
10- En algún momento del relato… ¿notás algún atisbo de arrepentimiento en Beltrán? justifica tu
respuesta.
11- ¿Por qué pensás que Romero se detuvo sorprendido al ver a Beltrán?
12- ¿Cuál pudo haber sido el motivo para asesinar a Romero?
13- ¿Este es un cuento policial negro o de enigma? justifica la respuesta. (Revisa la teoría del TRABAJO 4)
14- ¿Qué elementos constitutivos del cuento policial encontrás en este cuento? (Revisa la teoría del
cuadro de arriba)
15- Producción escrita. Imagina qué hace (o piensa) Beltrán luego de haber cometido el crimen. Escribí el
texto usando la 1ra. Persona (como si el narrador fuese Beltrán). Mínimo cinco renglones.
LOS AMIGOS
EN ESE JUEGO todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había
que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Beltrán recibió la
información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café
de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mientras se bañaba en su departamento,
escuchando el noticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro,
un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal
Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió
casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la
cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pensar despacio en la
cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer
matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer
en ciertas informaciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza
dé la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en
marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como
siempre a encontrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría
que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su
intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver,
porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos
hacían las cosas como era debido —y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él
mismo— todo quedaría despachado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del
Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público
para informarle de lo sucedido.
Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo.
Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en
orden. Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio,
y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos
vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde
estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apretaba un poco el
acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le
daba rabia.
A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en
seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó
lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a
tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda.
Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la
ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorprendido. La primera bala
le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford salió en
diagonal, adelantándose limpio a un tranvía, y dio la vuelta por Tacuarí. Manejando sin
apuro, el Número Tres pensó que la última visión de Romero había sido la de un tal Beltrán,
un amigo del hipódromo en otros tiempos.
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Respuesta: cual relato que curso hablas
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