inicio, nudo y desenlace de la ultima guerra de fernando soto aparicio
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Peregrino Cadena es una figura patética que representa al hombre de nuestro tiempo, desterrado de todos los lugares, en éxodo permanente hacia un amor que se le niega y una libertad que se le destruye. Este mundo alucinante y loco de Solodios, puede ser el de nuestro inmediato futuro. De nosotros depende que sea una realidad o una pesadilla. “La última guerra” forma parte de una novela más extensa, “Los últimos sueños”, publicada en 1990. Al individualizarla ahora, creemos que tendrá una mayor difusión y llegará a un número más grande de lectores. Y eso es lo que se necesita: que mucha gente lea esta obra, para que piense seriamente a dónde nos está llevando el odio.
FRAGMENTO:
CAPÍTULO I
A medida que avanzaba hacia el norte, Peregrino Cadena oía más débil el ruido de los disparos. Pensó que ya no necesitaría las armas, y tiró la pistola y la metralleta detrás de unos matorrales podridos por la persistencia de la lluvia. Recordó las trincheras siempre llenas de agua, y se alegró de haber desertado. Además, nadie sabía quién iba ganando la guerra: posiblemente todos estaban perdiéndola.
Cuando entre la neblina y la llovizna divisó las primeras casas de Solodios, se detuvo. Las calles se veían llenas de barro: hacía meses que no dejaba de llover. Llegó junto a su casa, y la violencia de su corazón lo obligó a tomar un respiro. Abrió la puerta y atravesó el corredor penumbroso hacia el cuadro húmedo del patio.
Adriana, su esposa, le pegaba los botones a una camisa. Cuando lo vio se limpió los ojos violentamente, como si estuviera en presencia de un aparecido. Luego se paró poco a poco. Peregrino tenía una sonrisa desparramada por toda la cara.
–He vuelto –dijo.
Con su voz, Lunaluz y Lucas salieron al corredor. Lo miraron. El desertor se preguntó si tendría algo extraño en el rostro, algo que lo hiciera irreconocible. El estallido de la alegría en las facciones de sus seres queridos, no se produjo. Su mujer lo observaba casi con asco, y sus hijos parecían fastidiados. He vuelto, repitió, y se le ensanchó el alma, porque pensó que al regresar recuperaba no sólo su familia sino su tierra, y que con esas dos pertenencias podría también retomar su derecho a un mundo donde la paz fuera posible.
–¿No me dicen nada? –insistió.
Adriana le habló como si escupiera la palabra:
–¡Cobarde!
–¿Cobarde yo? –preguntó Peregrino. Pero ya nadie lo miraba, no estaban poniéndole atención, así que siguió diciendo cosas para él solo–: ¿Cobarde por no seguir ahogándome en esas zanjas putrefactas donde la única semilla son los asesinados? ¿Por no querer continuar una guerra que empezó en otra parte del mundo, y que poco a poco nos fue envolviendo a todos?/
FRAGMENTO:
CAPÍTULO I
A medida que avanzaba hacia el norte, Peregrino Cadena oía más débil el ruido de los disparos. Pensó que ya no necesitaría las armas, y tiró la pistola y la metralleta detrás de unos matorrales podridos por la persistencia de la lluvia. Recordó las trincheras siempre llenas de agua, y se alegró de haber desertado. Además, nadie sabía quién iba ganando la guerra: posiblemente todos estaban perdiéndola.
Cuando entre la neblina y la llovizna divisó las primeras casas de Solodios, se detuvo. Las calles se veían llenas de barro: hacía meses que no dejaba de llover. Llegó junto a su casa, y la violencia de su corazón lo obligó a tomar un respiro. Abrió la puerta y atravesó el corredor penumbroso hacia el cuadro húmedo del patio.
Adriana, su esposa, le pegaba los botones a una camisa. Cuando lo vio se limpió los ojos violentamente, como si estuviera en presencia de un aparecido. Luego se paró poco a poco. Peregrino tenía una sonrisa desparramada por toda la cara.
–He vuelto –dijo.
Con su voz, Lunaluz y Lucas salieron al corredor. Lo miraron. El desertor se preguntó si tendría algo extraño en el rostro, algo que lo hiciera irreconocible. El estallido de la alegría en las facciones de sus seres queridos, no se produjo. Su mujer lo observaba casi con asco, y sus hijos parecían fastidiados. He vuelto, repitió, y se le ensanchó el alma, porque pensó que al regresar recuperaba no sólo su familia sino su tierra, y que con esas dos pertenencias podría también retomar su derecho a un mundo donde la paz fuera posible.
–¿No me dicen nada? –insistió.
Adriana le habló como si escupiera la palabra:
–¡Cobarde!
–¿Cobarde yo? –preguntó Peregrino. Pero ya nadie lo miraba, no estaban poniéndole atención, así que siguió diciendo cosas para él solo–: ¿Cobarde por no seguir ahogándome en esas zanjas putrefactas donde la única semilla son los asesinados? ¿Por no querer continuar una guerra que empezó en otra parte del mundo, y que poco a poco nos fue envolviendo a todos?/
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