inició ,nudo,desenlace del cuento 3l ermitaño del reloj?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
inicio
Éste era una vez un capuchino que encerrado en un reloj de mesa esculpido en madera, tenía como oficio tocar las horas. Doce veces en el día y doce veces en la noche, un ingenioso mecanismo abría de par en par la puerta de la capillita ojival que representaba el reloj, y podía así mirarse desde fuera, cómo nuestro ermitaño tiraba de las cuerdas tantas veces cuantas el timbre, invisible dentro de su campanario, dejaba oír su tin, tin de alerta. La puerta volvía enseguida a cerrarse con un impulso brusco y seco como si quisiese escamotear al personaje; tenía el capuchino magnífica salud a pesar de su edad y de su vida retirada.
Por nada en el mundo se le hubiera ocurrido ir a mezclarse con la multitud. Bastaba con el servido inmenso que les hacía a todos al anunciarles las horas. Para lo demás, que se las arreglaran solos. Cuando atraído por el prestigio del ermitaño alguien venía a consultarle un caso difícil, enfermedad o lo que fuese, él no se dignaba siquiera abrir la puerta. Daba la contestación por el ojo de la llave, cosa ésta que no dejaba de prestar a sus oráculos cierto sello imponente de ocultismo y misterio.
Durante muchos, muchísimos años, Fray Barnabé (éste era su nombre) halló en su oficio de campanero tan gran atractivo que ello le bastó a satisfacer su vida; reflexionen ustedes un momento: el pueblo entero del comedor
Pues bien, aquella compotera que conservaba en el flanco una herida avivada continuamente por la sal del amor propio, hallaba gran consuelo en ver funcionar al capuchino del reloj.
-Tú no eres más que una tullida envidiosa. No es posible que un canto tan cristalino, tan suave, pueda anunciarnos un suceso fatal.
-Y también las frutas consideraban al capuchino con complacencia y también unos periódicos viejos que bajo una consola pasaban la vida repitiéndose unos a otros sucesos ocurridos desde hacía veinte años, y la tabaquera, y las pinzas del azúcar, y los cuadros que estaban colgando en la pared y los frascos de licor,.
nudo
Pero ay, llegó el día en que tal sentimiento ya no le bastó. Acabó por cansarse de tocar siempre la hora, y se cansó sobre todo de no poder nunca salir. Tirar del cordel de la campana, es hasta cierto punto una especie de función pública que todo el mundo admira. ¿Pero cuánto tiempo dura?
Lo asaltó un día la idea de escaparse. Pero rechazó con horror semejante tentación releyendo el reglamento inscrito en el interior de la capilla. Era muy terminante. Decía:
Nada podía tergiversarse. El ermitaño se sometió. ¡Pero qué dura resultaba la sumisión! Y ocurrió que una noche, como abriera su puerta para tocar las tres de la madrugada, cuál no fue su estupefacción al hallarse frente a frente de un elefante que de pie, tranquilo, lo miraba con sus ojitos maliciosos, y claro, Fray Barnabé lo reconoció enseguida: era el elefante de éban que vivía en la repisa más alta del aparador, allá, en el extremo opuesto del comedor.
desenlace
Entonces, olvidándolo todo, rompiendo con un pasado de cincuenta años de exactitud y de fidelidad, Fray Barnabé tocó febrilmente las cuatro y saltó en el lomo del elefante, quien se lo llevó por el espacio. En algunos segundos se hallaron ante la puerta del armario. Tocó el elefante tres golpes con sus colmillos y la puerta se abrió por obra de encantamiento.
Y la reina de Saba comenzó a recordar las aventuras magníficas que había corrido desde la noche aquella en que se había despedido de Salomón hasta el día más cercano en que escoltada por sus esclavos, su parasol, su trono, y sus pájaros se había instalado dentro de la sopera.
Pero entre todas, la aventura más extraordinaria era aquella, la ocurrida con el César de oro. Es cierto que repetía: «me ofendió por ser orgulloso». Pero se veía su satisfacción, pues el César aquel era un personaje de mucha consideración.
Hundido en el estupor el pobre capuchino comprendió. Comprendió que el campanario funcionaba sin él, es decir, que él no había contribuido nunca en nada al juego del mecanismo.
Entonces rompió en menudos pedazos la rosa que le regalara la reina de Saba, desgarró el reglamento que colgaba en la pared de la celda, y agarrando el extremo de la cuerda que asomaba como de costumbre bajo el techo, aquella misma que tantas, tantas veces habían sus manos tirado tan alegremente, pasósela ahora alrededor del cuello y dando un salto en el vacío, se ahorcó.