indague las biografías de Martin lutero Juan caluino y Enrique VIII
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La Reforma protestante tuvo por autor a Martín Lutero. Es indiscutible el supremo protagonismo que le corresponde en la gran revolución religiosa del siglo XVI. Pero por excepcionales que fueran la personalidad del antiguo fraile agustino, parece claro que el éxito del reformador se debió también, en buena medida, a la concurrencia de toda una serie de circunstancias particularmente oportunas. Lutero tuvo el arte de hacerse intérprete de ideas y sentimientos muy extendidos entonces entre sus compatriotas y acertó a darles respuestas que satisfacían a las aspiraciones religiosas de algunos y a ambiciones políticas de otros. La propia rapidez con que se propagó el incendio de la Reforma es buen indicio de que el viento soplaba a su favor y la coyuntura era propicia. Murió en 1546, la Reforma se había extendido a más de media Alemania
El «Anglicanismo» tal como ya se dijo no fue invención de Enrique VIII. Bajo la monarquía Tudor del siglo XV, la Iglesia de Inglaterra era ya en cierto sentido «anglicana» y Enrique VIII halló en la legislación eclesiástica de sus predecesores un instrumento válido para su política de sojuzgamiento religioso. Este príncipe fue defensor del Catolicismo en los albores de la Reforma y escribió contra Lutero una «Defensa de los siete sacramentos», que le valió del papa León X el título de Defensor fidei. Fue la negativa papal a conceder a Enrique el divorcio de Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena, la razón que le llevó al repudio del Primado romano y al cisma. Porque fue un cisma y no protestantismo la Reforma en Inglaterra mientras vivió Enrique VIII. El rey se proclamó a sí mismo «Cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra» y exigió el reconocimiento jurado de su supremacía eclesiástica. La gran mayoría de los hombres de Iglesia se sometió a la voluntad del rey. Pero hubo excepciones admirables, como los mártires cartujos y sobre todo dos personajes insignes, que no claudicaron y murieron por la fe: San Juan Fisher, obispo de Rochester, y Santo Tomás Moro, gran Canciller del reino.