Importancia de la religion en el pensamiento mesoamericano
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La religión, como categoría de estudio, surgió en el último tercio del siglo XVIII cuando la filosofía de la historia estableció un método científico para distinguir lo que había ocurrido —la Geschichte (la historia en singular)— de lo que se contaba (la historie) (Koselleck, [1979]: 17). Se planteó que desde el presente secular era posible identificar y diferenciar lo histórico de lo mítico, lo político de lo religioso y lo cultural de lo natural, para ubicar a las culturas antiguas y a las sociedades salvajes en taxonomías genéricas, bien delimitadas.1
Entre los estudiosos de las religiones mesoamericanas, esta orientación de pensamiento muchas veces derivó en considerar que las culturas precolombinas no habían desplegado una conciencia histórica, al tiempo que explicaron sus procesos de transformación histórica y cultural, siguiendo los modelos de evolución europeos. Un caso que muestra lo señalado son los debates instaurados desde la Primera Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología llevada a cabo en 1940, donde se trató de dilucidar la identidad del enigmático personaje Quetzalcóatl y de la mítica ciudad de Tula, tomando como referencia los datos arqueológicos, históricos y etnográficos que venían sistematizándose desde "El proyecto del Valle de Teotihuacan" que dirigió Manuel Gamio en 1917. La información contenida en fuentes tan heterogéneas, consideradas míticas desde los enfoques historicista y materialista, hacía referencia a las relaciones entre dos grupos culturales: los toltecas y los chichimecas, en un momento de transición histórica entre el periodo Clásico (200 dC a 650/900 dC) y el Posclásico (900 a 1521). Y la invasión de los bárbaros germanos a la Roma del siglo V —que derivó en la caída del imperio y en el reinado del oscurantismo medieval— se adaptó para explicar cómo la presencia de los chichimecas en la historia mesoamericana entre los siglos VII y XIII, derivó en el colapso civilizatorio logrado por las sociedades teocráticas, así como en el establecimiento de una religión militarista, que fue la encontrada por los españoles entre los mexicas en el siglo XVI. Desde esta perspectiva, con la irrupción de las hordas chichimecas en la historia de Mesoamérica, la grandeza de Tula y Teotihuacan quedó eclipsada, quedando el complejo TulaQuetzalcóatl como un recuerdo inexacto, entre las sociedades herederas de esta civilización en el Posclásico (León- Portilla, [1957]: 317). De este modo, la religión animista creada por los olmecas, quienes divinizaron a la naturaleza y la agricultura y crearon el principio filosófico dual, fue la base religiosa sobre la cual se estableció el politeísmo de culturas más avanzadas, como la de Teotihuacan o la de Tula —o la de los mayas del periodo Clásico—. En cambio, desde esta interpretación, la divinización de Quetzalcóatl y el sentido filosófico, literario y artístico que contiene al mito del quinto sol, habría sido el valor superior que alcanzaron las culturas religiosas de Mesoamérica que optaron por el monoteísmo; y que se volvería uno de los ejes para construir el nacionalismo de la segunda mitad del siglo XX (Armillas [1949]: 39; León- Portilla [1957]: 322; y Florescano, 2004: 73).
Para los estudiosos de las continuidades religiosas, en especial para Ángel María Garibay, ciertas creaciones literarias entre los nahuas como los cuicatl, los tlahtolliy los huehuetlahtolli, condensaron buena parte de la sabiduría ancestral de los indígenas después de la conquista, al poseer una esencia "evangelizadora y moralizante" que les permitió conservar y proyectar, en mezcla con el cristianismo, un "pensamiento supersticioso" (Garibay, 1953: 202). Para Alfonso Caso el sentido mítico, cíclico y derrotista de la religión indígena cristiana fue lo que explicó la condición sociológica del campesino mexicano (Caso, 1953: 125).