identifica algunas características del
relato fantástico en este cuento.
el cuento ( Nunca visites Maladonny )
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Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Casi todos los pueblos encierran en su historia hechos extraordinarios, inexplicables, de esos que —con el correr de los años— van transmitiéndose de padres a hijos, de hijos a nietos, como si no hubiesen sucedido realmente, como si fueran cuentos fantásticos.
Casi todos los pueblos guardan en su memoria incluso lo que no les gusta recordar.
Maladonny también. Y fue un ocasional compañero de viaje en un tren londinense, el que me refirió este episodio que ahora voy a contarte como si no hubiera sucedido realmente, como si fuera un cuento fantástico...
Timothy Orwell era un muchacho de trece años parecidos a los de cualquier otro muchacho. Vivía con sus padres; Cecil —su hermana veinteañera— y sus tíos Wanda y Oliver, en una casona de los suburbios de Maladonny.
Iba a la escuela; durante los fines de semana practicaba rugby en un club próximo a su domicilio y tocaba el saxo toda vez que podía, especialmente en los cumpleaños de sus amigos.
Ah, también le encantaba jugar inacabables partidas de ajedrez con Allyson, una de sus compañeras de curso, aunque —habitualmente— ella le ganara. ¡Es que a Timothy le resultaba dificilísimo concentrarse en el juego, silenciosamente enamorado como estaba de esa jovencita!
Como verás, nada sorprendente hasta este punto de mi relato.
Pero continúa. Lamentablemente, continúa.
Una tarde —a la salida de la escuela y durante la caminata hacia su casa— Timothy Orwell se cruzó con el matrimonio Brown, viejos vecinos de Maladonny.
Los vecinos no respondieron al cordial saludo de Timothy. Se limitaron a mirarlo como si fuera la primera vez. en sus vidas que veían al hijo menor de los Orwell y siguieron su andar, sin prestarle demasiada atención.
—Raro — pensó Tim, pero no le dio demasiada importancia.
—Si algún vecino no responde a tu saludo, no supongas que te tiene ojeriza —le había dicho su madre, una vez—. Seguramente, se debe a que está muy encerrado en sus propios pensamientos. No hay que preocuparse por eso. Vaya a saberse qué problema puede estar distrayéndolo...
Por lo que Tim conocía con respecto a los Brown, los viejos esposos tenían bastantes problemas. De salud, de soledad, económicos...
El muchacho prosiguió su marcha.
Unos minutos después, la señora Farrell con sus dos hijos se le aparecía en la dirección contraria. Varios metros detrás, las hermanas O'Hara y —atravesando la calle como si fuera a su encuentro— el pastor Johnson.
Generalmente, Tim se encontraba —por casualidad— con aquellos vecinos cuando volvía de la escuela y coincidía con ellos en el horario de su caminata: la señora Farrell llevaba a sus hijos a coro; las hermanas O'Hara hacían las compras y para el pastor Johnson era la hora de reunión diaria con un grupo de feligreses.
—Buenas tardes, señora.
—Buenas tardes, señoritas.
—Buenas tardes, reverendo.
Tim saludó a todos como de costumbre, a medida que se los iba cruzando en la vereda.
El muchacho empezó a inquietarse cuando —tras haber saludado al pastor Johnson— éste tampoco demostró reconocerlo, lo mismo que los demás momentos antes.
Tim se dio vuelta y —después de contemplarlo unos instantes, desconcertado— le corrió detrás, llamándolo.
—¡Pastor Johnson! ¡Pastor Johnson!
El pastor se detuvo y se volvió hacia Timothy. Fue con un movimiento de cejas como contestó el llamado, al arquearlas. Con esa manera muda con que —a veces— se pregunta al otro:
—¿Qué desea?
Tim se le acercó, de sonrisa y mano extendida. El hombre se la estrechó y le dijo:
—Bien, gracias —a la pregunta del muchacho acerca de qué tal estaba, pero mirándolo como a un extraño del que no se logra recordar el nombre ni el rostro siquiera. De inmediato, lo interrogó:
—¿En qué puedo servirte?
—Pero, reverendo, ¿cómo es posible que no me reconozca? ¡Soy Timothy Orwell, de aquí, de Malladonny! Desde chiquito que todos los domingos voy al oficio religioso con mi familia... a su templo... y...
—Lo lamento, muchacho, pero estarás confundido. Yo jamás te vi antes en nuestro pueblo. Y ahora... Estoy apurado, ¿eh?
El pastor controló la hora en su pequeño reloj —que le colgaba de una cadena— la comparó con la que señalaba el enorme de la torre cercana y se despidió del muchacho sin hacer ningún otro comentario.
Tim se quedó perplejo. ¿Qué estaba sucediendo?
Nervioso, recorrió —a la carrerita— la cuadra que aún lo separaba de su domicilio. Estaba ansioso por contarle a su madre todo ese episodio del desconocimiento de los demás, que lo había tenido por involuntario protagonista. ¿Se habría desatado una epidemia de falta de memoria en Maladonny?
Al llegar a la puerta de su casa suspiró aliviado. Enseguida, tocó el timbre. Le extrañó no oír los ladridos de Tony y Zara a modo de bienvenida.
Pulsó nuevamente el timbre y —nuevamente— el silencio. Recién cuando apretó su dedo al timbre —decidido a no soltarlo hasta que alguien respondiera a su llamado— una voz le respondió.
Explicación: listo