Holi alguien ya leyó la chica q leía en el metro q me pueda desir una parte para que yo la pueda dramatizar
Por favor si no se saben la .respuesta no respondan
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Puedes hacer esa parte o me dices para darte otra.
Explicación:
—¡Zaida!
De nuevo la llamada, el sonido de una carrera; Juliette sintió un cuerpo tibio
chocando con el suyo.
—Perdón, señora.
La voz, sorprendentemente grave para una niña, expresaba sorpresa.
Juliette bajó los ojos y encontró una mirada castaña, tan oscura que la pupila
parecía haberse ampliado a las dimensiones del iris.
—Vivo aquí —dijo la niña—. ¿Puedo pasar?
—Claro —murmuró Juliette.
Dio un torpe paso a un lado, y la pesada puerta empezó a cerrarse. La niña
la empujó con las dos manos.
—Por eso mi padre siempre deja un libro —explicó en tono paciente—. El
picaporte está muy duro para mí.
—Pero ¿por qué un libro?
La pregunta surgió como un reproche. Juliette sintió que se ponía roja, cosa
que hacía mucho que no le pasaba, y menos ante una cría de diez años.
Zaida —qué nombre tan bonito— se encogió de hombros.
—¡Ah, los libros! Dice que son cucos. Gracioso, ¿no? Como los pájaros.
Tienen tres o cuatro páginas iguales seguidas, no están bien hechos, ¿lo entiendes?
No se pueden leer. Bueno, no se pueden leer bien. Déjame ver este. —La niña estiró
el cuello, cerró los ojos y olfateó—. Lo intenté. La historia es una tontería, una chica
que conoce a un chico, lo odia y luego se enamora de él, pero luego el chico la odia
a ella y… Me aburría tanto que metí dentro hojas de menta para que al menos
oliera bien.
—Buena idea —dijo Juliette en voz baja.
—¿Quieres entrar? ¿Tú también eres pasante? Nunca te había visto.
¿Pasante? La chica negó con la cabeza. La palabra evocaba en ella imágenes
de una película en blanco y negro, siluetas imprecisas corriendo encorvadas por
túneles o arrastrándose por debajo de alambradas, chicas en bicicleta
transportando octavillas de la Resistencia en su bolsa y sonriendo con falso candor
a un soldado alemán con una especie de ensaladera verdosa en la cabeza.
Imágenes que hemos visto cien veces en el cine o en la tele, tan habituales, tan
planas que a veces olvidábamos el horror que encerraban.
—Entonces ¿quieres ser pasante? —le preguntó Zaida—. Es fácil. Ven,
vamos a ver a mi padre.