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Respuestas a la pregunta
la flor del linoral
«Érase una vez un rey que tenía tres hijos. Un día les dijo: - Hijos míos, ha llegado el momento de entregar la corona. El que consiga la flor del linoral, tendrá el reino. Inmediatamente la madre preparó a cada uno la comida que necesitaba. Al día siguiente, partieron con sus caballos. Cuando llegaron a un viejo puente, vieron a lo lejos una pobre y hambrienta viejecita. Esta se acercó y suplicó al hermano mayor: - Dame algo de comer, que Dios te lo pagará. Este no le hizo caso y se marchó a todo galope. La viejecita se dirigió entonces al mediano y le suplicó lo mismo. Le contestó que no podía ofrecerle nada, ya que lo necesitaba todo para él y despidiéndose del hermano pequeño también se marchó. La vieja se acercó al hermano menor y le pidió un poco de comida. Él contestó: - Sí, tome usted la mitad, que yo me las arreglaré con lo que quede. La vieja dijo: - Gracias, ¿hacia donde te diriges? Él respondió: - A buscar la flor del linoral. La vieja le aconsejó: - Sigue este camino, que te conducirá hasta un castillo, en él habrá un hermoso y gran naranjo que tiene tres relucientes naranjas. Coge la que se encuentra en el medio, que esta flor del linoral. Tendrás que salir del castillo antes que den las doce. Si no consigues salir, te quedarás encerrado eternamente. La vieja se marchó y el pequeño siguió el camino, tal como le había indicado ella. Al llegar al castillo, vio el naranjo, y cogió exactamente la naranja indicada por la vieja. De pronto empezaron a sonar las doce campanadas. El muchacho subió a su caballo, y a toda prisa salió del castillo. - ¿Dónde meteré la flor del linoral para que mis hermanos no la vean? -se preguntó-, ¡ah, ya, la meteré en el zapato! Tres días después, los hermanos se reunieron en un hermoso valle. El hermano mayor preguntó al mediano: - ¿Has encontrado la flor del linoral? Él respondió: - No, no la he encontrado. Luego preguntó al hermano pequeño: - Y tú, ¿la has encontrado? El hermano pequeño sonrió suavemente. Los hermanos mayores, temiéndose lo que creían, lo registraron. Después lo azotaron hasta que murió, lo enterraron y pusieron una caña sobre su tumba. Los hermanos volvieron al castillo de sus padres. Al llegar dijeron a su madre que preparase la comida pues traían mucha hambre. La madre preguntó por el hermano menor. Ellos respondieron que se había quedado atrás. Preocupada se fue en busca de su hijo pequeño. Cuando llevaba un rato caminando, se detuvo y vio una tumba recién hecha con una caña sobre ella. Se arrodilló y agarró la caña. De repente se oyó una suave voz que decía así: «No me toques madre mía ni me dejes de tocar que mis hermanos me mataron por la flor del linoral». La madre volvió llorando al castillo y muy apenada, pero no dijo nada al rey. Éste, al verla llorar tanto, pensó que era por su hijo menor, y también él salió a buscarlo. A lo lejos vio una tumba, se acercó, agarró la caña, y de nuevo se oyó la voz que decía: «No me toques padre mío ni me dejes de tocar que mis hermanos me mataron por la flor del linoral». El padre regresó al castillo, y dijo a los hermanos mayores: - ¡Ninguno de vosotros recibirá la corona por haber matado a vuestro hermano! Y castigó a los dos hijos, encerrándolos en las mazmorras para siempre. El rey y la reina estuvieron una semana llorando por su hijo. Al cabo de un año, llegó al castillo el hijo pequeño. Los padres quedaron sorprendidos. El chico les contó lo sucedido. La caña que estaba clavada en la tumba era la viejecita a la que él había ofrecido la mitad de su comida. Como sus hermanos no le mataron del todo, ella le curó y ahora les traía la flor del linoral. El rey, como hombre de palabra que era, cumplió su promesa y entregó la corona a su hijo pequeño, que reinó en paz durante muchísimos años y llegó incluso a perdonar a sus hermanos. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado». Este cuento ha sido transmitido oralmente por el pueblo. Por la sencillez estructural que presenta es apropiado para los niños que están empezando a leer o que no saben todavía nada de letras. De ahí que el proceso narrativo debe ser muy importante. El maestro deberá contarlo poniendo un gran empeño en su tarea. Con respecto a esto nos dice Dora Pastoriza de Etchebarne: «La sencillez está determinada no sólo por la línea argumental simple, y por la brevedad, sino también por el vocabulario empleado, tanto en lo que se refiere al significado de las palabras como al moderado uso de comparaciones y adjetivos. Y ya que aludimos a valores estéticos, recordemos que preferimos los cuentos en los cuales la belleza emana no tanto de las descripciones por más hermosas que éstas sean, sino de las circunstancias que sacuden a los protagonistas. Casi nos atreveríamos a hablar de una belleza afectiva. De ahí la importancia de que el relato tenga ternura, porque ésta crea el clima propicio para que la imagen poética surja en la conciencia como un producto directo del corazón...»3. Por su parte, Ana Pelegrín señala: