historia del centauro y sirenas
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Los bestiarios medievales oscilan entre su uso antijudío por los monjes ingleses y la resignificación que los judíos europeos hacen de muchos de sus elementos, integrando así en su cultura parte de la tradición grecolatina. No sólo hay que prestar atención al texto, porque también las ilustraciones constituyen un coto de sentido, tal y como muestra la historia de los amores secretos de la sirena y el centauro que figuraba en una de las secciones de la exposición Bestiarios medievales. Fieras entre judíos y cristianos que tuvo lugar en el Museo Sefardí de Toledo en 2015.
La mayor parte de los seres mitológicos del panteón griego están ausentes de los bestiarios medievales: el caballo alado Pegaso, el Cíclope, las ninfas o la esfinge, entre otros muchos. La explicación hay que buscarla en el misterioso texto que constituye el punto de partida de todos los bestiarios: el Physiologus, compuesto por un griego de Alejandría en la segunda mitad del s. II convertido al cristianismo y que toma de los muros egipcios y de las fábulas orales unos cuantos animales, y los mezcla con citas de la Biblia para ejemplificar con ellos por qué Cristo decidió apartarse de los judíos y predicar su mensaje a gentiles como él.
Sin embargo, aunque parece querer evitar cualquier alusión a las creencias paganas de su tradición de origen, hay dos figuras que el anónimo autor de aquel texto combativo recupera de la mitología griega, y que no dejan de ser una inversión, curiosamente, de los dioses egipcios de cabeza de animal que le rodeaban en Alejandría. Se trata del centauro y la sirena, dos seres con rostro humano pero cuyo cuerpo de bestia prolonga y resuelve su naturaleza desmedida. La justificación que para ello invoca el Fisiólogo es un pasaje de las profecías de Isaías sobre Babilonia completamente transfigurado, y donde en lugar de los dragones, las avestruces y las cabras de la versión de la Vulgata (Isaías, 13:21), reúne a estas dos antiguas criaturas mediterráneas junto a demonios y erizos: “Isaias propheta dicit, Sirenae et daemonia saltabunt in Babylonia, et herinacii et onocentauri habitabunt in domibus eorum.”, “Sirenas y demonios danzaban en Babilonia, y erizos y onocentauros habitaban en sus casas”. No nos ha llegado el texto griego original del Physiologus, sino una versión latina traducida probablemente en Egipto a finales del s. IV.
A continuación de esta cita, el Fisiólogo, el “Naturalista”, desentraña el sentido alegórico de nuestras dos fieras con rostro, empezando por las sirenas, “animales mortíferos” que hasta el ombligo tienen figura humana y hasta los pies tienen forma “de volátil”, siguiendo la versión clásica. La mayor parte de las ilustraciones posteriores de los bestiarios las representarán no obstante con cola de pez, cuando no combinando ambas características.De las sirenas dice el Fisiólogo que emiten “un canto de dulcísima melodía” que “acaricia de lejos los oídos de los navegantes” y cuya “suavidad excesiva de su prolongada modulación” les arrebata los sentidos y los sume en el sueño, momento en el cual se abalanzan sobre ellos y “les desgarran las carnes”. A diferencia de las interpretaciones alegóricas posteriores, el Fisiólogo no advierte aquí ni contra el demonio ni contra las mujeres, sino contra la perturbación que le ocasionaba “el deleite voluptuoso del teatro” y la disolución de su espíritu por las “diversas melodías musicales”, como si tuviera miedo de esa segunda alma que, según Cioran, alumbra la música dentro de cada uno.
La caprichosa traducción del pasaje de Isaías permite al Fisiólogo emparejar con la sirena al centauro, cuya doble naturaleza de hombre y équido atribuye a los hombres “bilingües” y malvados, que entienden y no entienden a la vez lo que se les dice.
El manuscrito del Fisiólogo fue redescubierto por los monjes ingleses, que lo utilizaron en plena polémica antijudía entre los siglos XI y XIII, completando sus referencias con otros autores como San Isidoro y exacerbando tanto el poder de seducción de la voz de las sirenas como la violencia del centauro.
Los ilustradores reinterpretaron también por su cuenta ambas figuras agregándoles nuevos elementos simbólicos, no siempre de manera ortodoxa. Así, la sirena, además de tener cola de pez aparece con frecuencia dotada de un peine y un espejo, e incluso portando una corona.
Ambos elementos, el peine y el espejo, parecen reforzar la identificación de la sirena con cierta imagen clerical de la mujer, descrita a veces como un ser abstraído en su propia contemplación y cuidado y quien, según el Malleus malleficarum (el Martillo de las Brujas de los inquisidores Kramer y Sprenger), “cuando piensa a solas, piensa en el mal” (mulier cum sola cogitat, mala cogitat). Llama la atención su evidente paralelo con las representaciones de la Virgen María, provista también de un espejo narcisista como símbolo de su pureza.
Los centauros eran criaturas con la cabeza y el cuerpo de un hombre, pero con el resto del cuerpo semejante al de un caballo. Descendían de Ixión, el primer humano que mató a uno de los miembros de su familia y que concibió a centauro, el primero de ellos, cerca de una nube a la que Zeus había dado la forma de su esposa Hera
sirenas devido a la extensa poblacion algunos humanos fueron abligados a vivir en el mar y desarrollaron colas de peces