Castellano, pregunta formulada por holiwis41, hace 10 meses

historia de terror que mi maestra no sepa ? xD doy corona, que sea un poquito larga que inicie bien :v porfavor es para mañana
pero tengo que empezar hoy ​

Respuestas a la pregunta

Contestado por AriAriel
2

Respuesta:

Te daré una la escritora original soy yo espero y te sirva

Explicación:

Autor AriArielGonz sea yop xd

Adjuntos:

AriAriel: Claro que si
Contestado por amy8820
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Respuesta:

Juan nunca hizo caso a las acostumbradas habladurías, él insistió en ir a solas, de madrugada, a lanzar su red.

La laguna estaba tranquila, era un espejo que reflejaba los mangles, el cielo, y su figura robusta que se desplazaba sutilmente, sin romper la calma reinante en las aguas.

Juan medía un metro ochenta y tres, y pesaba unos 80 kilos. Era un pescador aficionado y amante de la soledad. Ese fatídico día, contra todo buen consejo, tomó sus aparejos de pesca a las dos de la mañana y se fue caminando hasta llegar a la laguna.

—No vayas a la laguna solo, Juan, el Langolango está haciendo de las suyas. Ayer casi mata a Milincho, un hombre más fuere que tú. Hazme caso, no vayas —le advirtió su madre, Gloria Leticia, el día anterior.

Juan, en ese momento, estudiaba en la universidad. Como era de esperarse, y producto del estudio y la ciencia, Juan hizo caso omiso de las advertencias de su madre, por considerarlas otro típico mito de pueblo producto de la rica imaginería popular.

Las garzas y alcatraces dormían tranquilas en las ramas y raíces de los mangles. La brisa se había retirado desde las doce de la noche. El silencio y el frío marino eran rotundos.

Juan se reía solo recordando las advertencias de su mamá mientras se movía por las aguas tranquilas esperando una señal sobre el espejo de la laguna que le indicara que era el momento de lanzar su red.

Pasó media hora y nada. A las tres en punto de la mañana la situación cambió de manera radical. Una bulla empezó a sonar cerca de los manglares, el agua empezó a salpicar con fuerza en un área de diez metros cuadrados, como si un cardumen de mil peces se hubiese puesto de acuerdo para aparecer justo en ese momento.

“¡Qué Langolango ni qué carrizo!”, se dijo Juan, mientras corría emocionado hasta el banco de peces. En la distancia se veía a otro pescador llegar a la orilla.

Era alto, flaco, de piel negra, con sombrero de cogollo amplio, camisa blanca y pantalón corto por encima de los tobillos. Juan lo vio por el rabillo del ojo y pensó al instante en Martín Valiente, quien vivía cerca y que sabía también que a esa hora los peces de la laguna se alborotaban.

La bulla continuaba y los peces se agitaban con más fuerza. Juan, ya a pasos del grupo de peces, preparó su red y la lanzó ampliamente sobre la superficie.

El hombre del sombrero, que antes se encontraba a unos cincuenta metros, ahora estaba mucho más lejos lanzando su red.

Juan, si bien estaba pendiente de empezar a recoger su red cargada, no dejó de mirarle con el rabillo del ojo de vez en cuando, por si hacía algún movimiento extraño. No obstante, al verlo más lejos, se calmó un poco.

La red estaba llena, el agua le llegaba al joven hasta el pecho, era necesario empezar a salir para poder recoger bien. Empezó a moverse a orilla con fuerza, pero la red pesaba tanto que sus esfuerzos parecían mínimos.

En tres minutos apenas se había desplazado tres metros, la orilla quedaba a veinte metros más allá. Juan comenzó a cansarse, pero no soltaba la red, quería su pesca, quería callarle la boca a su mamá y sorprender a sus conocidos. Él necesitaba ser el único que ha pescado 80 kilos de pescado con una sola lanzada, lo que según sus cálculos tenía en la red.

Siguió cinco minutos más, el agua llegaba poco menos que debajo de su pectoral. Se movía mirando hacia el agua.

De repente se detuvo y empezó a temblar sin control, sin poder creer lo que sus ojos miraban: un par de pies oscuros justo frente a sus ojos y sobre las aguas.

Alzó la mirada lentamente, recorriendo la terrorífica figura sin dejar de temblar hasta llegar a un gigante sombrero que eclipsaba el cielo y cobijaba unos ojos rojos fuego y una cara sin facciones.

“¿Qui-qui-quién e-e-eres?”, preguntó Juan, erizado. La figura se agachó, acercó su rostro al del joven, abrió su boca oscura y sin dientes, extendió sus manos largas, y —sin inhalar— emitió un grito como el de ninguna bestia conocida, como de ningún hombre, con una fuerza descomunal.

Las garzas y alcatraces volaron espantadas por doquier, los mangles se retorcieron como si un huracán pasara, y Juan, asustado y aturdido siguió a orilla sin poder soltar la red… El grito persistió 10 minutos, el tiempo que Juan tardó en llegar a tierra, donde cayó temblando y con fiebre.

“Llegaste a orilla, por hoy te salvaste, ya veremos la próxima”, le dijo la sombría figura a Juan, para luego perderse caminando sobre la laguna, entre los manglares, cantando una canción con las voces mezcladas de los pájaros del mar.

Juan yacía tendido en la arena con una extraña sensación en el cuerpo, como si estuviera más liviano. El muchacho logró recuperarse a la media hora. Se puso en pie y, aún aturdido, fue tras la red. Debió valer la pena tanto susto. Empezó a sacarla y pudo recoger toda la pesca del día.

Al llegar a su casa le contó lo que le ocurrió a su familia y desde entonces decidió prestar más atención a los consejos de su madre.

titulo- monstruo del lago

Explicación:

espero que te sirva

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