Historia, 4 grado
Las diferencias entre las concepciones sobre la guerra de los pueblos mesoamericanos y los españoles
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La revolución intelectual producida en Europa por el
descubrimiento y la temprana colonización de América tuvo entre sus más
destacadas consecuencias el debate filosófico, jurídico y político sobre
las causas justas de la guerra. Chocaron entonces posiciones
encontradas en cada uno de los planos del debate, desde la altura
teológica que intentaba ubicar en su contexto a un segmento de la
humanidad hasta entonces ignorado, hasta el nivel de los intereses
económicos y políticos que, aunque nacientes, ya requerían de un firme
apuntalamiento teórico y religioso. Paradójicamente, millones de hombres
— los ”descubiertos” — que formaban el referente central del debate, no
sólo carecieron de voz, sino de rostro. En el mejor de los casos fueron
considerados — también— hijos de un dios que les era ajeno. Fueron casi
meras abstracciones, entes disueltos en la ambigüedad de una concepción
cerrada del ser humano.
2No es de extrañar
ni su silencio ni su falta de rostro. Por lo general, el debate sobre
las razones profundas de la guerra tiene su verdadera palestra entre
quienes pueden desencadenarla con ventaja. Allí subyacen en lucha
enconada los motivos de peso escudados por principios nobles. Las
razones de las posibles víctimas, de los referentes, quedan en la
otredad de lo extraño, de lo ingenuo, de lo primitivo. La polémica no es
suya.
3Hoy, cuando se
ciernen monstruosas sobre el mundo, nuevas formas de encubrir la
brutalidad humana, es tiempo de someter al análisis histórico y
filosófico los variados argumentos del debate secular; desde los más
elaborados, profundos, finos y artificiosos, hasta los más burdos y
pueriles que propugnan para los fuertes la función de brazo armado de
una divinidad justiciera y terrible. Para repensar el debate debe
ubicárselo; ponerlo bajo el lente de una humanidad que reclama el
derecho a la diversidad. Porque ahora se empieza a entender que todos,
para conocernos como pueblos y como conjunto de pueblos, debemos
enfrentarnos, cada uno como otro, a uno o a otros muchos otros,
contrastantes, que corrijan en nuestra percepción y en nuestros juicios
las distorsiones de creernos poseedores de la verdad.
4Son criterios que
empiezan a cristalizarse, a contracorriente, hoy que llegamos a la
cúspide de la larga hegemonía de una concepción del mundo. Para concebir
con justicia la universalidad de la historia deberemos someternos de
aquí en adelante a los cánones de una universalización formada por lo
diverso.
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