HIP CONSIDERÓ que el guardián tenía razón; la claridad del día comenzaba a
disminuir y él no estaba dispuesto a pasar la noche en la calle. Se encaminó
a la primera residencia que indicaba el folleto. Aún no sentía cansancio,
muy convencido de que tarde o temprano hablaría con su compañera de la
selva.
—Mañana a más tardar —se dijo— podré saludarla. Mañana a más
tardar, podré asegurarle que sigue siendo mi mejor amiga.
Después de preguntar aquí y allá, después de un extravío que duró
casi una hora, Hip llegó a la residencia de la señorita Alpiste. Timbró cinco
veces antes de que una mujer entrada en años, de muchos centímetros y
pocas libras, le abriera la puerta.
—¿Qué se le ofrece? —preguntó ella, como si estuviera regañando.
—Busco una posada.
—¿Y usted por casualidad qué cosa es?
—Soy un hipopótamo común y corriente... bueno, más bien pequeño.
—Es decir, si no me equivoco, un animalito. ¿Verdad?
—Exacto —admitió Hip.
La mujer lo condujo al patio de su casa. Allí le mostró una pequeña
jaula que pendía del techo y daba la impresión de haber sido amarilla.
—He aquí lo que usted buscaba, señor Hipope, Hipopo... ¿Hipoqué?
—preguntó la señorita, risueña.
—Hi po pó ta mo —silabeó Hip, aturdido por la oferta de su
anfitriona.
—¿Y yo tendré que ocupar esa jaulita? —preguntó con suavidad.
—¡Jaulita! —exclamó ella—. Es toda una señora jaula dorada. ¿De
qué puede usted quejarse?
—No quisiera contradecirla, señorita —repuso Hip—, pero creo que
mi tamaño necesita un espacio mayor.
—¡¿Mayor?! —vociferó la mujer— ¡Eso es inconcebible!
Y agregó, con las manos apoyadas en sus caderas:
—Me permito informarle que en esta ciudad se ha vuelto muy difícil
encontrar hospedaje. ¡Todo el mundo quiere visitarnos!
—Pero señorita... —balbució Hip.
—Ningún pero —determinó la dama—, me parece que usted exige
demasiado. ¿Así son todos los hipopo, hipope... hipoqué?
—Hi po pó ta mos —aclaró Hip, ahora en alta voz.
Y añadió:
—Y como hipopótamo que soy, debo decirle que...
—Cállese, cállese —interrumpió la señorita—, ya es hora de que
usted se meta en esta preciosa jaula dorada. Y no se preocupe por el frío,
que yo no acostumbro cubrir mis jaulas con paños ordinarios.
—Pero señorita —insistió Hip—, en primer lugar, soy un hipopótamo,
y en segundo lugar...
—¡Nada de primeros o segundos lugares! — cortó la anfitriona— sólo
nos debe interesar este albergue dorado.
La mujer procedió a abrir la puerta de la jaula.
—Adelante, instálese de una vez por todas en su nuevo hogar —dijo.
Hip pensó que lo más sensato era seguirle la corriente.
—He perdido la noción de volar —explicó—; el año pasado me
despojaron de mis alas.
—¡Un pájaro sin alas! —estalló la señorita—. Eso carece de sentido.
¿Acaso pretende mortificarme con el absurdo?
—Solamente quiero que comprenda que no soy un pájaro.
La mujer tomó aire, se puso unas gafas ovaladas que guardaba en el
bolsillo de su saco, miró detenidamente a Hip y por fin dijo:
—Ya veo que no le falta razón; usted no tiene tipo de canario.
Lástima: su aspecto me obliga a negarle mi compañía y esta preciosa jaula
que brilla como el oro. Hip gritó su despedida y se apresuró a salir a la calle. Se propuso preguntarle a la Jirafa si así eran todos los recibimientos en esa ciudad.
¿Por qué se fue Hip de la posada?
por favor ayudenme es para Hoyyyyyyyy!
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Respuesta:
porque la señora ("de la posada") pensó que era un canario y lo metió en una jaula.
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