HALLAR EL SUMILLADO DE CADA PARRAFO
-“la vida es una mentira; la verdad es que estamos muertos o pereciendo”, dijo Asunta Terán. “Ahora eres filósofa”, se burló Martín. Estábamos afuera del restaurante Las Rocas, en la plaza de armas de chachapoyas, esperando el carro que nos acercaría a nuestro destino. El vehículo serpentea hasta la hidroeléctrica de Cáclic, lamida por el rio de Utcubamba.
-Caminamos hasta un punto que solo el ojo experto (no hay ningún letrero) de Martín reconoce “Aquí es”, dice mientras saca un machete. Empezamos a trepar, primero erguidos, luego utilizando manos, rodillas, codos, evitando espinas, sorteando riscos.
-Bajo nosotros, un rumor; el inquieto soliloquio del rio Utcubamba que corre a encontrarse con el Marañón. Los sarcófagos, imperturbables, parecían mirar el infinito. Entonces las palabras de Asunta sobre lo breve y transitorio de la vida cobraron especial significado. El arqueólogo Federico Kauffmann señala que la particular ubicación de los sarcófagos respondía a una preocupación de la cultura Chachapoyas para mantenerlos resguardados de la lluvia y a salvo de los profanadores. Lo primero lo lograron; lo segundo, no.
-Forados en las tumbas dejan al descubierto un lecho de huesos. Sin embargo, en la parte superior del acantilado se observan sarcófagos intactos e interesantes pinturas rupestres. Este tipo de entierros es muy particular, y solo puede verse en esta región del Perú. La serenidad es total en esta oquedad.
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