Hacer un resumen del cuento "El abanderado" letrillas.weebly.com/uploads/1/3/4/7/13473385/el-abanderado-221.pdf (el link es del cuento)
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Lo último que hubiera querido: que me escogieran para la escolta. Porque es mejor estar en
la fila, sin que nadie se fine en ti ni tú te fijes en nadie, aunque siempre hay la posibilidad
de que en la fila tú si te fijes en lo que más quieras, sea persona, animal, mueble o
ciudadano director
Así que cuando dijeron mi nombre dije sopas, aquí se acabó mi felicidad. No sé ni por qué
me escogieron. Pero puedo decirles que no soy muy machetero ni nada que se le parezca.
Simplemente y para que mis papás no me molesten hago mis tareas, y en la clase tengo
cerrada la boca, pero no para que me pongan diez en conducta, a mí eso no me importa,
sino más bien porque mis compañeros son una punta de retrasados mentales, de ésos con
los que no puedes hablar de nada que no sea futbol o broncas callejeras.
Y a mí me aburren
como si estuviera viendo a Raúl Medasco, por eso prefiero estar solo en el recreo y no
echar relajo.
Pues sí, como somos puros hombres, apenas la maestra pone un pie afuera, Tinajero se sube
al escritorio y se saca la reata, o el pizarrín, como le dice mi papá; Rivera se orina en la
bolsa de plástico y la avienta a la calle –casi siempre le cae a un coche que va pasando–;
Dueñas les jala los pelitos de la patillas a todos los de su fila; Aguirre, al que le apodan
Loloy que dice ser muy sensible, se hace rosca y se pone a llorar; Carrillo saca de su
mochila una revista de mujeres desnudas y se empieza a masturbar, y Pantoja se echa un
pedo que hace que todos a su alrededor salgan disparados. Yo nomás los observo. Conmigo
nadie se mete porque yo no me meto con nadie, no voy con el chisme ni acuso a nadie. Me
tiene sin cuidado. Los muy ingeniosos me pusieron el Silencioso. Aunque más bien yo fui
el que me puse el apodo.
Le dije a Rivera, que es el más broncudo: ¿ya sabes cómo andan
diciendo que me van a decir? No, dijo, cómo. El Silencioso, respondí yo. Y agregué: pero
hay de quien me lo diga porque le agarro sus trompos. Naturalmente, al día siguiente todos
me decían así.
Pues digo que estoy en la escolta y aquí estoy. Y justo con los más guerristas, cuyos
nombres ya los habrán memorizado pero que los voy a repetir por si las merititas dudas:
Rivera, Tinajero, Carrillo y Dueñas. Pantoja no; yo le propuse que se pasara a mi lugar y él
aceptó encantado, pero la maestra dijo que no, que a mí me correspondía estar ahí y asunto
concluido. Supongo que a estas alturas ya se habrán preguntado por qué escogieron a los
más desmadrosos del grupo salvo yo, que soy más bien indiferente y gris, como ya quedó
dicho- y no a los más aplicados, como ha sido siempre. Pues por dos razones: porque los
más aplicados ya habían estado en la escolta, y para ver si así se disciplinaban los
relajientos. Porque según el ciudadano director, que dice que va a ser Secretario de
Educación, los revoltosos mejoran si los haces sentirse bien.
Ahí sí está muy equivocado porque yo lo último que quiero es ir a la universidad. Tengo
otros planes: terminar la primaria y dedicarme a viajar, sin que nadie me acompañe, por
todo el mundo.
llegó el siguiente lunes, el de la ceremonia. A años luz se veía que mi mamá estaba
feliz de que me hubieran escogido precisamente a mí para que yo portara la bandera, es
decir, para que fuera el abanderado. Y digo feliz porque el día anterior me llevó a la
peluquería –a la Mejor del Mundo, que abre los domingos–, le puso almidón a mi camisa,
como hace con las camisas de mi papá y no me dijo que me bañara en la noche sino el lunes
en la mañana, casi de madrugada, lo que casi provocó que me cayera de sueño con todo y
bandera. No me dormí porque estaba hecho un nudo de nervios. ¿Y si se me olvida para
dónde era el flanco derecho o el izquierdo? ¿Y si se me resbala la bandera? ¿o si me torcía
un pie? Me podían ocurrir mil cosas. Así que puse toda mi atención para que no c me
pasara ningún detalle. Por lo pronto Tinajero, Carrillo y Dueñas estaban paraditos como
soldados. Hicimos un recorrido por todo el patio. El silencio era como el de los cines
cuando ves una película de miedo. En la tarima, delante de un micrófono, el ciudadano
director daba las órdenes: ¡Alto, ya! ¡Flanco derecho, ya! ¡Paso redoblado, ya! Hasta que
por fin llegamos a la tarima, donde él estaba. Mientras se hacía a un lado para que nos
acomodáramos, yo quedé enfrente del micrófono. Y no sé por qué, pero entonces recordé
un viejo sueño: dar el grito desde el Palacio Nacional, tal cual lo hace todos los años el
presidente. Así que sin importarme que no fuera 15 de septiembre sino 24 de febrero,
agitando la bandera de un lado a otro, grité sin pensarlo dos veces: ¡Viva México! De
inmediato toda la escuela gritó: ¡Viva!, y entonces grité, todavía más fuerte, lo primero que
se me vino a la cabeza: ¡Viva el subcomandante Marcos! Como si fuera uno solo, la escuela
por completo hizo lo mismo: ¡Viva!
Explicación:
lo resumí lo mejor que pude.