Hace muchos años -¿cuántos? no lo sé; se remonta a los nebulosos tiempos de la primera infancia, mi madre me llevó de visita a casa de una señora Panckoucke. ¿Era la madre, la mujer, la cuñada del Panckoucke actual? Lo ignoro. Me acuerdo que era un palacete muy tranquilo, uno de esos palacetes en que la hierba verdea los rincones del patio en una calle silenciosa, la rue des Poitevins. Me acuerdo claramente de que esta dama estaba vestida de terciopelo y pieles. Al cabo de algún tiempo, dijo: «He aquí un muchachito al que quiero darle algo, para que se acuerde de mí». Me cogió de la mano, y atravesamos varias estancias; después abrió la puerta de una habitación que ofrecía un espectáculo extraordinario y verdaderamente fantástico. Las paredes no se veían, tan cubiertas de juguetes estaban. El techo desaparecía bajo una floración de juguetes que colgaban como maravillosas estalactitas. El suelo apenas ofrecía un estrecho sendero en el que poner los pies. Había allí un mundo de juguetes de todas clases, desde los más caros a los más modestos, desde los más simples a los más complicados. «He aquí, dijo, el tesoro de los niños. Dispongo de un pequeño presupuesto dedicado a ellos, y cuando viene a verme un niñito amable, lo traigo aquí, para que se lleve un recuerdo mío. Elige.» Con esa admirable y luminosa prontitud que caracteriza a los niños, en quienes el deseo, la deliberación y la acción forman, por así decir, una sola facultad, por la que se distinguen de los degenerados hombres, en quienes, por el contrario, la deliberación devora casi todo el tiempo, me apoderé inmediatamente del más bonito, del más caro, del más llamativo, del más fresco, del más extraño de los juguetes. Mi madre protestó por mi indiscreción y se opuso obstinadamente a que me lo llevara. Quería que me contentase con un objeto infinitamente mediocre. Pero yo no podía permitirlo y, para llegar a ese acuerdo, me conformé con un justo medio. A menudo he fantaseado con la idea de conocer a todos los amables niñitos que, al haber en la actualidad atravesado una buena parte de la cruel vida, manejan desde hace tiempo nada más que juguetes, y cuya despreocupada infancia tomó, en otro tiempo, un recuerdo del tesoro de la Sra. Panckoucke. Esta aventura es la causa de que no pueda detenerme ante una tienda de juguetes y pasear mis ojos por el inextricable revoltijo de sus curiosas formas y de sus colores dispares, sin pensar en la dama vestida de terciopelo y pieles, que se me aparece como el Hada de los juguetes. He conservado además un afecto duradero y una admiración razonada por esta singular estatuaria que, por su lustrosa limpieza, el brillo cegador de sus colores, la violencia en el gesto y la decisión en la forma, también representa las ideas de la infancia sobre
pregunta:
1) ¿cual es la tesis del autor?
2)¿cuales son los argumentos mas importantes del texto?
3)¿cual es la importancia del juego en el niños?
4)considera que hay varios narradores en el texto si, o no cuales?
5)¿ que tipo de ensayo es ?
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Explicación:
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