grupos de voluntarios vienen bien organizados, como los jóvenes de la
Universidad Nacional Agraria, pero otros, al ser producto del momento
y de la espontaneidad, vienen con todo el ímpetu, pero no bien
canalizado; eso genera grupos en desorden. Esto, en vez de ayudar,
contribuye a un mayor caos. Y es que no es tan sencillo el ayudar, pues,
se necesita conocer la zona y tener un guía que no solo conozca el lugar,
sino también a las personas.
Por otro lado, los damnificados piden ayuda, otros entran en
desesperación y no faltan los que se quieren aprovechar del momento,
por lo que empadronarlos es un paso necesario para evitar el caos. Por
ejemplo, llegó un camión lleno de donativos y preguntaba por
direcciones, pues no sabía a dónde ir en realidad; no se ubicaba
correctamente. Le indicaron que fuese “más arriba”, que en
Cajamarquilla norte necesitaban agua, así que hacia allá se dirigió;
cuando en inicio, quizás su rumbo era otro.
En todo el suceso vamos encontrando más voluntarios convocados
por redes sociales, por sus instituciones educativas, por sus centros de
trabajo o por sus iglesias. El ministro del Interior también solicitó
voluntarios, pero fue tan exitosa la convocatoria que, en menos de un
día, se tuvo que decir que ya no se necesitaban más voluntarios. El
número de inscritos había sobrepasado las expectativas.
Es así como se observa “un desborde de voluntarios” donde la
voluntad de ayudar no solo beneficia a los damnificados, sino también a
los que ayudan. El sentirse útil y el saber que has servido para algo más
que para tus propios intereses deja una sensación de bienestar y paz.
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