Historia, pregunta formulada por britneger, hace 1 año

fundamentos de la historia

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Contestado por yo0yo
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Este balance apunta en dos direcciones, requiere un doble movimiento de la sociología, entendida en el sentido amplio de conocimiento de la sociedad, que no es sino regreso a sus fuentes, es decir a la índole de sus fundamentos "científicos" tanto como al saber de la historia efectiva de los pueblos (del pueblo) latinoamericanos. Esta doble crisis indica que, en los próximos años, o la ciencia social latinoamericana toma nuevos motivos, se hace más profunda tanto en relación a los principios como en relación a lo fáctico, o caerá en un entrópico bizantinismo, ya irritado, ya desesperanzado, que a nadie interese. No es esto, por cierto, lo que exige el servicio del conocimiento adecuado de la realidad, en pos de la liberación nacional de nuestros pueblos. Los críticos deben pasar a su vez la prueba de la crítica.

El asunto es inmenso y urgente también en relación a la Iglesia, tan involucrada en los mismos avatares. Aquí el problema sociológico tiene otras connotaciones especiales, pero que no carecen de implicaciones universales. Hace poco leía el lema de un instituto católico de investigación social, que en esencia decía: "Para la relación del hombre con Dios, teología. Para la relación del hombre con el hombre, sociología". Más allá de la intención de tal lema, para los cristianos es un dualismo inaguantable. ¿Una teología divorciada de la sociología? ¿Una sociología divorciada de la teología? O sea, más claramente, la teología nada diría por sí misma del conocimiento adecuado de la sociedad. Es una agregación que lleva a la incoherericia, al cisma de la razón y la fe. Pero refleja bien una situación contemporánea. Teología y ciencias humanas no comunican entre sí, se yuxtaponen simplemente. Corren de modo paralelo, y cuando quieren vincularse no establecen lógicamente sus mediaciones, lo hacen a modo de agregación. A la verdad, si la teología no es la máxima "ciencia humana", entonces se nos hace históricamente prescindible. Este separatismo de teología y "ciencias humanas" es típico de nuestra época. Pero seamos claros: si Cristo no nos ilumina la historia toda del hombre, si no implica la mayor inteligencia de la historia, la más profunda "sociología", entonces es mejor volver la espalda a Dios tan sobrante. La realidad, por cierto, no es esa, aunque nuestro conocimiento esté en aguas de borraja. Sigue siendo verdad aquel pensamiento de Francisco Vitoria cuando decía, en su Reelección sobre la Potestad Civil: "El deber y la función del teólogo es tan vasto que ningún argumento, ninguna discusión, ninguna materia, parecen ajenas a su profesión. Este es acaso el motivo de que se diga de ellos lo que de los oradores decía Cicerón: que han de ser contadísimos, por ser también muy pocos los que se revelan esclarecidos en todas las materias necesarias para esta profesión de buenos y sólidos teólogos. El estudio de esta disciplina ocupa el primer lugar en el mundo, y le llaman los griegos Tratado de Dios. Por lo que no debe parecer extraño que en tan difícil situación se encuentren pocos varones consumados." Y sin embargo, todo cristiano es un aprendiz de teólogo. No habrá laico adulto, como ahora se dice de modo pintoresco, sin teología. Lo malo es que en los últimos siglos los teólogos han estudiado teología y han quedado al margen especialmente desde el siglo XIX, que es justamente el de mayor empuje y renovación, del gigantesco proceso de las ciencias humanas (economía política, sociología, antropología, etc.). Hicieron como esos extraños literatos que sólo se alimentan de literatura. Claro, esto tuvo profundas motivaciones en la coyuntura histórica, que no es el caso ahora de examinar. Hoy, por fin, abren otra vez las ventanas al mundo de Dios, y no es tampoco raro que nos empachemos, y que la indigestión cause tormentos. Bienvenidos. Por lo menos nacerán los contadísimos varones consumados, faro de la Iglesia. Entre tanto, suframos con esperanza, de frente a los problemas, procurando su doma sin baquia, pero con tranquila confianza en la inteligencia de la fe. Dios no falla, fallamos nosotros.

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