fue necesaria la guerra en el Salvador?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Creo que cualquier persona que se haya involucrado en una guerra, en cualquier etapa o tarea de la misma, a menos que haya quedado mal de la cabeza, llega a detestarla. Participando en ella también se le sufre. Es cierto quienes no participan la tienen más dura, pero desde dentro también se le sufre. Si, ya se, es una elección consciente (en la mayoría de los casos) del participantes, elección que se toma obligado, presionado por las circunstancias. Podrá alguien pensar que tiene que ver la inmadurez, la edad tierna, pero en la guerra también participaron viejos, maduros, sinceros, no ambiciosos... sí, también es cierto, existen los oportunistas, pero por mi experiencia puedo afirmar que, al menos en la etapa de preparación y primeros años de la guerra interna de El Salvador, abundaban aquellos que llegaron a la guerra como única alternativa a la necesidad de cambio, cansados de tanto intento fracasado y reprimido desde el poder, por hacer avanzar la democracia en nuestro país.
Cada vez que alguien que respeto, estimo y/o admiro, insiste en que la guerra de El Salvador no sirvió de nada, me obliga a reflexionar lo que hoy escribo, lo hago porque hay honestidad en su cuestionamiento, no hay dobleces, no existe la propaganda en sus palabras.
Explicación:
Entonces hago mentalmente un listado de lo que existe hoy, y de lo que tuvimos en las décadas precedentes a la firma de los Acuerdos de Paz y veo la diferencia. Comprendo que la mayoría de ellos, jóvenes que no habían nacido o que nacieron en el medio de la guerra, no sintieron la dureza de una dictadura inhumana, torturadora, responsable de fraudes electorales y de la frustración política de los que, jóvenes en aquella época, queríamos que El Salvador fuera un país más bonito.
Soy honesto, lo que tenemos no era lo que buscábamos. Queríamos que la pobreza se terminara (de tajo, algo ilusos ¿no?) que la escuela fuera verdadera formadora de hombres y mujeres solidarios, creativos, todo esto lo haría la revolución, ese difuso proceso que dibujábamos como la creación de una sociedad más justa, solidaria, humana... Habrá muchas explicaciones (o justificaciones) de porqué no lo logramos, yo creo que simplemente hicimos un mal cálculo: creímos en la honestidad de la dirección ("¿Qué mejor muestra que se jueguen la vida día a día, junto a nosotros?", mientras por la compartimentación no podíamos comprobar ni su compromiso, honestidad y transparencia); pensamos que el capital se volvería más humano, olvidando que algún marxista había escrito que el capitalismo se adapta y lo hace con rapidez, a esa edad no sabíamos de “una cosa” llamada neoliberalismo, o de unos genios en economía que se educaban en la Universidad de Chicago; ahora bien a mi parecer, el mayor error de cálculo fue pensar que una "vanguardia" (mínima) era capaz y "digna" de reemplazar el inmenso, creativo y poderoso poder del ciudadano común y corriente luchando por sus derechos.
Nos equivocamos, cierto, pero como bien dijo el Presidente Mujica en su discurso de toma de posesión: "pertenecemos a una generación de la cual quedan alguna reliquias de los que quisimos tocar el cielo con la mano, desesperados de amor por las tragedias de nuestros pueblos, soñamos con construir como pudiéramos, sociedades mejores. Duro aprendizaje de la larga acumulación que significa poder progresar, porque no hay progreso que no sea acumulativo, que no sea lento y que no sea hijo del trabajo disciplinado de los hombres y de las sociedades”. Duro aprendizaje sin duda. Nos equivocamos, repito, es cierto, pero lo intentamos, no nos quedamos con los brazos cruzados esperando que la dictadura nos ahogara con su propaganda, salimos, a riesgo de nuestras vidas y las de nuestras familias, a crear futuro: lo que hoy tenemos:
Un cuerpo nacional que presta el servicio de seguridad ciudadana (Policía Nacional Civil) y que tiene prohibido, por ley, que sus miembros o sus cuarteles sean utilizados para torturar a políticos de oposición, sindicalistas o cristianos comprometidos. No puede reprimir a ningún ciudadano que no muestre pleitesía al gobernante de turno.
Una sociedad que puede escuchar hablar de Derechos Humanos sin persignarse asustada porque "ayvienen los comunistas" porque la educaron creyendo que quien hablaba de derechos humanos era miembro de las hordas ateas, sin dios ni religión. Hoy cualquier ciudadano puede hablar de derechos humanos sin temor a ser calificado de comunista (con las consecuencias que eso tenía que eran desaparición, muerte).
Una ciudadanía incipiente capaz de ser protagonista de sus propias luchas, de sus propias batallas y victorias. Organizándose en asociaciones ciudadanas puede obligar a los partidos políticos a que le obedezca en algunas cosas, como no pintar o pegar propaganda en las paredes de Santa Tecla, impensable en 1972.