Filosofia europea
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La realidad europea pasa por un momento de dudas y de deseos, de expectativas y de frustraciones. Y sobre este trasfondo, la filosofía se propone hacerse cargo de la idea de Europa, pensando, o siquiera imaginando, qué es, qué podría o qué debería ser, pues, al menos aparentemente, se manifiesta atravesada por tal variedad de intereses, tradiciones y fines que hacen del nombre del viejo continente una noción contradictoria, multipolar y también paradójica. Europa no es mera historia empírica, pero tampoco la explosión de un opaco Espíritu más allá de las diferencias. La cuestión, por tanto, es que no puede ser un concepto unívoco, pero tampoco equívoco, un batiburrillo de experiencias, instituciones y vivencias amalgamadas por el azar o el infortunio. Europa es más bien –y así lo recogen los ensayos que engrosan el volumen– un concepto análogo, imperfecto si se quiere, que no puede prescindir de unas particularidades más o menos convergentes que se resisten, no obstante, a la unidad. Y esto quizá porque su esencia sea precisamente no tenerla, como la tela que Penélope teje y desteje en espera de mejores tiempos. Por ello justamente, es posible seguir recorriendo y buscando las controvertidas y beligerantes fibras –cristianismo, utopía(s), humanismo, ilustración, feminismo, globalización…– que han ido urdiendo este tupido y sorprendente lienzo, impregnado de momentos felices y traspasado también por dolorosas desgarraduras.
Además, no se trata sólo de mirar hacia atrás en búsqueda de unas posibles señas de identidad, sino de vislumbrarlas al hilo de proyectos abiertos y de futuro. Estas reflexiones sobre Europa desde la filosofía conducen, en definitiva, a afirmar que Europa es ella misma un –problemático– concepto filosófico y que la filosofía es, a su vez, un –complejo– producto de la historia europea. Los textos aquí reunidos se preocupan por levantar algunos de los puentes que establecen esta íntima conexión entre la filosofía y Europa.
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Resumen
La realidad europea pasa por un momento de dudas y de deseos, de expectativas y de frustraciones. Y sobre este trasfondo, la filosofía se propone hacerse cargo de la idea de Europa, pensando, o siquiera imaginando, qué es, qué podría o qué debería ser, pues, al menos aparentemente, se manifiesta atravesada por tal variedad de intereses, tradiciones y fines que hacen del nombre del viejo continente una noción contradictoria, multipolar y también paradójica. Europa no es mera historia empírica, pero tampoco la explosión de un opaco Espíritu más allá de las diferencias. La cuestión, por tanto, es que no puede ser un concepto unívoco, pero tampoco equívoco, un batiburrillo de experiencias, instituciones y vivencias amalgamadas por el azar o el infortunio. Europa es más bien –y así lo recogen los ensayos que engrosan el volumen– un concepto análogo, imperfecto si se quiere, que no puede prescindir de unas particularidades más o menos convergentes que se resisten, no obstante, a la unidad. Y esto quizá porque su esencia sea precisamente no tenerla, como la tela que Penélope teje y desteje en espera de mejores tiempos. Por ello justamente, es posible seguir recorriendo y buscando las controvertidas y beligerantes fibras –cristianismo, utopía(s), humanismo, ilustración, feminismo, globalización…– que han ido urdiendo este tupido y sorprendente lienzo, impregnado de momentos felices y traspasado también por dolorosas desgarraduras.